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Tantas veces he pensado en mi vida estando a cientos de kilómetros de mi casa que a menudo pongo en duda si elegí bien cuando en el camino debía decidir qué dirección coger. En muchas ocasiones, estando en medio de la nada, con mi cabeza despejada, con mi sombra como única compañía y mis pensamientos como únicos testigos, volaba hacia un lejano y casi olvidado pasado, preguntándome sobre tantas cosas que andaban sin resolverse en mi vida, que estando en mi hogar no paraba a pensar en ello jamás.

Viajar tan lejos por un periodo prolongado, hace que acabes acercándote a ti mismo, que acabes buscado y a menudo encontrando las impurezas ancladas de tu alma, intentando en vano limpiar la conciencia de actos ya sin remedio y para más desdicha uno acaba metiéndose involuntariamente en su interior, ensuciando los rincones aún impolutos de nuestro ser. No hay un patrón a seguir, no hay un equilibrio que te deje vivir en paz, la vida no es sólo la lucha externa a la cual como valientes soldados nos enfrentamos día a día, va mas allá, es una continua lucha interna entre lo que hicimos, lo que podríamos haber hecho y lo que haremos en un futuro plagado de escepticismos y preguntas sin respuestas. Puede que jamás exista una balanza que deje las cosas en armonía, quizás la gente lo viva de otra manera y acepte que eso es lo que les ha tocado vivir y asuman las consecuencias. Pero estamos los otros, una especie de inconformistas machacados por la culpabilidad, por la incertidumbre del saber que podríamos haber elegido un rumbo que nos hubiera hecho más felices tiempos atrás. Uno acaba cansado y triste teniendo la absoluta certeza de haber derrochado los años durante su camino, mirando desde el presente, un futuro que sin darnos cuenta, nunca acabará llegando.

Vemos nuestras amistades, como se aferran a una vida que dista de nuestros sueños, que se aleja de nuestros ideales, pero en mis viajes, cuando en medio de la nada he sido acariciado por la más profunda de las soledades y he sido abanicado por la irremediable nostalgia, me he llegado a preguntar muchas veces si de verdad soy yo el equivocado o son el resto. A mi modo de entender la vida, los veo y los juzgo injustamente como empedernidos productos conformistas de esta sociedad, a la cual sin darme cuenta, yo formo parte de ella.

Añas atrás, en un pueblo rivereño del norte de Tailandia llamado Nong khai, el Mekong circulaba ente ambos lados de la frontera laosiana y tailandesa,. Parecía que el cauce se llevara con sus desgarradoras corrientes todo signo de vitalidad en los pueblos cercanos. Estar allí era como estar en otro mundo. Hospedado en un rincón mágico e hipnótico del Gran Río, tuve la gran fortuna de bañarme alguna tarde con los monjes budistas y disfrutar de sus sonrisas y su sencillez natural. Me sentía libre, feliz, no quería que aquello acabara, quería formar parte de aquella vida inalcanzable para alguien como yo. Pero por las noches, cuando el sol caía cansado de batallar contra la noche y se ocultaba tras las altas copas de los árboles que daban cobijo a las revoltosas aguas, mi mente empezaba a viajar, recordando cosas que dejé, que sacrifiqué y que jamás recuperaré. Acompañado en aquellos inolvidables días por una gran amiga viajera, en nuestras interminables conversaciones le avisé sin pretender nada, de los repentinos ataques de nostalgia y melancolía, que suele sufrir el viajero. Sin previo aviso ella misma se vio atrapada, recogiendo desde el fondo de su corazón, los quebrados trozos que aún no había encontrado, evocando recuerdos que todavía y sin saberlo aún le hacían daño en los huecos más olvidados de su interior, llegando a la dolorosa conclusión que no todo se olvida, que una mala relación con un amor olvidado no se acaba borrando jamás, que lo que pareció en su día una solución viable y tenaz acabó siendo una salida cobarde y desesperada. Entre risas y lágrimas me comentó: – Ahora te entiendo cuando tu mirada se pierde en el horizonte- Yo le contesté que mi mirada se perdiera no era lo peor, que más daño me hacía era que se perdiera la certeza de haber hecho las cosas bien, para acabar dándote cuenta realmente al final, que no has hecho una buena. Supongo que son reflexiones duras y profundas las cuales te enseñan a ser humilde contigo mismo y a tener que asumir que eres tan imperfecto que acaba molestándote.

Son pensamientos que solamente uno puede ver cuando el tiempo se detiene en ciertos lugares del mundo, pudiendo saborear la calma, con el inconveniente de que sin darnos cuenta, la verdad llama sin previo aviso a tu puerta, y por mucho que uno se esconda debe abrirle paso y enfrentarse no al diablo, ni a tus temores, sino sencillamente a ti mismo.

A veces viajas para limpiar lo que anda sucio y acabas ensuciando lo que ya andaba limpio. Es irremediable pero muy enriquecedor y una forma algo ruda de llegar conocerse a uno mismo.-

*Imagen tomada en el norte de Chile.