Todos debemos viajar a Londres alguna vez en la vida. Todos hablamos maravillas de la ciudad. Pero algunas personas como yo, hemos dedicado los años que hemos podido a viajar por lugares más lejanos, alejados de la histórica y rica Europa, mirando de reojo y sin apenas prestar atención a países que estando unidos por la comunidad Europea, con tan bonitos y diferentes que te pierdes entre tanta diversidad. Yo no había estado jamás en el Reino Unido, tan sólo alguna escala que otra para ir a la otra punta del mundo. Esta vez, iba a ver qué secreto guardaba una de las ciudades más conocidas del mundo. La navidad, en Londres, se abrió como un abanico lleno de sorpresas. Señorial y elegante, multicultural y diferente al resto, debo decir que volví hechizado por la belleza de sus monumentos, la independencia intacta de su cultura y del ambiente que sus calles iban dejando a mi paso.
Sus hermosos monumentos dan alas para visitar sin descanso lugares históricos donde las peores tramas entre aristócratas se cocían. Reyes depuestos, amantes degolladas y reinas decapitadas. Los artes de la guerra podemos encontrarlos en la gran Torre de Londres, donde lucen las joyas de la corona. Entre sus muros, podemos experimentar con el tacto de sus porosas piedras la perturbadora y malvada historia que reyes fueron dibujando a sangre con el paso de los años, sus incalculables riquezas eran un telón defensivo ficticio donde una vez dentro del círculo, las traiciones eran propiciadas por las personas que más cerca se hallaban. ¿Quién no puede estremecerse al estar en la misma sala donde juzgaron a Ana Bolena siglos atrás?.