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Nostálgico y después de un coma involuntario entre interminables tardes en casa y precedido por un impulso de innovar mi día a día, decidí salir a pasear por mi querida Barcelona.

Lejos de la deseada realidad, la vida no está volviendo a la normalidad. Atontados y mareados por las restricciones puestas por los cierres autonómicos y con las fronteras cerradas a cal y canto, España está en el punto de mira de la gran mayoría de países a los que todo viajero desea visitar.

Llevamos un año. Un año de vaivenes, con gobiernos jugando a ver quién la tiene más grande, ¿Quien es más permisivo o quién más restrictivo? A veces no sabes, cuál es la mejor opción. Mientras en la Ciudad Condal, estamos menguados por todo tipo de condicionantes, Madrid desmelena sus terrazas, acogiendo a todo tipo de turismo.

Los ciudadanos, mirando de soslayo, nos preguntamos quién obra bien y quién no. Da lo mismo. Las cifras hablan por sí solas y mi opinión la dejaré para otro día.

Presumimos en el viejo continente de una Unión Europea, unificada, donde el más tonto sabe que en un mal cosido, engañando de manera hipócrita ser competente frente al resto del mundo, riéndose en la puñetera cara de los países más desfavorecidos y el resultado final, es una mala broma, donde un pésimo planteamiento frente a la pandemia ha sido sustituido por una más lamentable campaña de vacunación donde al fin y al cabo, es un sálvese quien pueda, sin importar las vidas que han quedado y quedarán asoladas por este mortal virus.

El verano llega y las fronteras que en mi opinión y debido al concepto de la UE, las fronteras seguirán cerradas para nosotros. Aquí es donde viene lo bueno, lo que nosotros como pueblo dejamos de entender, nos convierte en incrédulos y en tratados como los idiotas más idiotas de todos, viendo por fin que las diferencias entre los países más ricos de Europa son tan abismales, que no sólo el dinero les distancia de nosotros, sino que sus credenciales son superiores a las nuestras. Hablo de una de las mayores vergüenzas habidas y por haber desde que “el bicho” inició su carrera. Yo como español, mi entrada queda prohibida, pero el resto de los europeos pueden venir a mi país. Mientras estamos confinados autonómicamente, el resto del continente pueden venir sin problemas y moverse a su antojo. Ese complejo de inferioridad siempre nos acompañará desde que la dictadura nos dejó 30 años atrasados con el resto de los países democráticos, y ese gen parece que sigue a la zaga y anclado en nuestro subconsciente, invisible pero persistente. Y a quien le escueza que se ponga alcohol.

Atrás quedarán los días en que el mundo, con sus problemas de toda la vida, llegó incluso a empatizar con toda la humanidad y mientras los viajeros, conocían nuevos países, nuevas costumbres y una forma de alimentar esa sed de vida que a muchos se les acaba olvidando con el paso de los años, vino el Covid y arrasó con todo lo que durante tantas décadas el ser humano creó, comunicando el mundo para que todos pudiéramos dar el salto y ver países que hace tan sólo medio siglo atrás, se antojaba casi imposible.

Paseando por mi barrio…

Toda una vida. Una vida en mi querido Sants, un barrio obrero que por arte de magia se convirtió durante los últimos diez años en un punto turístico, donde los de toda la vida se mezclaban con extranjeros con total normalidad. Su cercanía a la Plaza España, con su fantástica montaña de Montjuic, lo convierten en un barrio diferente a lo que la gente suele visitar de Barcelona.

La catástrofe que he ido viendo hoy mientras paseaba escuchando buena música, me ha dejado fuera de lugar. Negocios de toda la vida, cerrados y finiquitados. Apenas las franquicias impuestas por los gigantes aguantan, pero los locales, adornados por los horribles carteles de plástico, rezando :“SE VENDE” y “SE TRASPASA”, son una muestra de un barrio herido de muerte y que son un fiel reflejo de lo que está pasando no en todo una provincia, sino en todo un país.

Mientras vamos despellejando a todo político que se atreva a especular con la economía, con la sanidad y con la manera más correcta de combatir este mal, no nos damos cuenta que la vida va pasando y un año, parece que no sea mucho, pero lo suficiente para dejar a familias sin trabajos, sin futuro y con un engrose de deudas, que difícilmente sean devueltas a medio plazo. El mazazo de las muertes sumado al desastre social, dejan una difícil situación.

Viajar a modo personal, a fin de cuentas (y mira que me duele), es un mal menor. Un mal que se agiganta cuando diseccionamos otros sectores, repercutiendo muchísimo en España, un país que dedicó sus tesoros geográficos para crear una infraestructura turística gigantesca, donde hostelería, agencias de viajes, transportes privados, hoteles y un innumerable número de empresas proveedoras dedicadas a saciar la gran demanda extranjera, han sucumbido o están al límite, dejando en un segundo plano la industrialización que tampoco es que haya salido muy bien parada.

Este manifiesto, no trata de aclarar nada. Sencillamente iba a ponerme a escribir una crónica atrasada sobre Sri Lanka y he acabado por sentarme delante de mi ordenador, con apatía, sin ganas de escribir algo que me parece algo superfluo con los tiempos que corren, recurriendo a la escritura como un modo de escape para plasmar de algún modo mi frustración de estos últimos meses.

Pero bueno algún un mensaje positivo deberé dejar. El único que se me pasa por la cabeza es …… Ánimo y adelante.

No nos queda otra.

 

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