Después de un intenso viaje por Indonesia, sólo me quedaba Bali por conocer. Tenía muy claro dónde dirigirme desde un principio, evitando playas e intentando por algún débil flanco indagar en la cultura balinesa de la que tanto había oído hablar. Ubud parecía una buena base de operaciones, un buen punto de partida para ir y venir, aunque era muy consciente de mis limitaciones por falta de tiempo y que toda la isla, por muy pequeña que pareciera, quedaría a medio conocer, no pudiendo llevarme un concepto totalmente objetivo. Por eso decidí al cabo de dos años volver y acabar de entender todas las redes que esta araña turística tejía continuamente.
El denso tráfico, las carreteras endiabladas y la sinuosidad de sus puertos de montaña dando altura a sus volcanes, son problemas que nos iremos encontrando si vamos por libre en nuestro vehículo, pero que no dejará de ser la mejor opción para recorrer y descubrir los rincones más inusuales y alejados de todas las guías convencionales de viajes.
En Ubud, por unos 8 dólares diarios alquilé un scooter y desde allí intenté con paciencia y tiempo, conocer los lugares más recomendados. Al final, acabé perdiéndome por el noreste, viendo otra isla que nada se asemeja a lo que tenemos en mente cuando hablamos de Bali.
Aposentado en las suaves laderas de las montañas centrales, nos ofrece todo lo que buscamos, concentrándolo todo, menos el mar, a menudo no al gusto de un tipo de consumidor ávido de cremas solares y bebidas “low cost”, pero sí de un tipo de viajero más profundo y deseoso por saber más de los balineses.
Los hostales pueden ir desde albergues con habitaciones compartidas, a los hoteles más lujosos del mundo. Las posibilidades son inabarcables y sólo nuestro bolsillo decidirá cuál será el elegido. Es indiscutible que Ubud es un referente en el turismo de Bali aunque sin llegar a las cuotas tan exageradas del sur isleño.
Este pueblo, dedica mucho tiempo al mimo de su cultura, para que los visitantes puedan ver con sus ojos, los preciosos templos, las danzas balinesas, las celebraciones diarias tan llamativas o sencillamente puede ofrecer sin tocar lo anterior, rocambolescos balnearios para ir haciendo de nuestras vacaciones, un paraíso para los estresados que busquen puro relax y tranquilidad, haciendo indagaciones programadas por los guías más exclusivos, en las costumbres balinesas sin esfuerzo alguno.
DESCUBRIENDO UBUD
Como podremos comprobar, si venimos desde desde Denspasar o desde cualquier punto costero, el paisaje cambia por completo. Las temperaturas algo más agradables, suelen venir en verano acompañadas de chaparrones tardíos que dejan el olor de la hierba circulando entre suaves brisas nocturnas.
La oferta en ocio es amplia. Ubud ha sabido amoldarse a los tiempos que corren y la masificación del turismo queda encuadrada en un segundo plano, cosa que no ocurre en las zonas costeras más famosas.
En su contra diré, que la fuerte personalidad de este pueblecito, se ha transformado con el paso de los años, no sabiendo el turista, dónde empiezan y dónde acaban las fronteras. La periferia queda como una extensión del lugar como si le hubieran salido interminables extremidades a menudo afeando el hermoso paisaje que siempre ofreció en el pasado. Sus arrozales a menudo quedan escondidos tras un edificio de construcción nueva. Sus laderas peinadas por el fantástico clima se muestran sólo tras sortear callejuelas y buscar senderos después de atravesar hostales y restaurantes. Pero eso no significa que Ubud se haya corrompido. Seamos coherentes y digamos que una isla que vive tanto del foráneo debe sacar provecho. Me parece egoísta creer o querer ser las únicas personas que quieran vivir y exprimir sus encantos incuestionables. Vale que cuando ponemos rumbo a cualquier país, queramos ser siempre los únicos turistas que deambulen por sus calles, que ver gente occidental resta autenticidad al momento. Pero no nos engañemos. Hablamos de Bali y hay que concienciarse de ello para no llevarnos un chasco. Quien conozca Indonesia, sabrá sobradamente que no estará exento de esos momentos a solas con los Indonesios donde pocos mochileros se cruzarán en nuestro camino, siendo el centro de atención en mercados, templos o playas.
Los que se quedan , los que viven y los que han nacido en Bali, deben sacar tajada. Ven el potencial que ofrece el turismo y lo han convertido en su modo de ganarse la vida. Es en ese punto donde el lugar puede que quede algo alejado de originalidad pero que de una inexplicable manera, mantiene cierta magia asociada a su rica historia pasada.
QUE HACER EN UBUD
-Pasear por sus galerías de arte
-Ver las danzas balinesas
-Visitar los templos
-Hacer cursos de cocina
-Dejarse llevar por la gastronomía local
-Recorrer las afueras donde encontraremos las famosas terrazas de arroz
-Pasear por los mercados artesanales
CIRCUITOS POR LOS ALREDEDORES DE UBUD
Bosque de los monos y Penestanan. Apenas ocho kilómetros de un recorrido precioso. Visitamos el Monkey Temple (Bosque de los monos), donde habrá que andar con ojo si decidimos alimentarlos con plátanos. Son terribles y unos auténticos rebeldes, aunque como bien dice todo el mundo que ha pasado por allí, se trata de un imprescindible de Ubud, debido a su cercanía y belleza. Nos dirigimos posteriormente al sur hacia el pueblo de Nyuhkuning. Allí atravesando el pueblo parten senderos a diversos arrozales, hasta llegar a la carretera que va a Katik Lantang, donde un camino asfaltado dirección norte nos deja en Penestanan, hogar de muchos artistas. Desde este punto podemos de nuevo regresar a Ubud.
Cresta de Campuan. Caninata de siete kilómetros que discurre por el río Sungai Wos, por frondosos caminos que se hunden en el valle. Las vistas son impresionantes, con en volcán Agung. El sendero va discurriendo por pequeñas aldeas mayoritariamente dedicadas a sus verdosos y famosos arrozales. Si proseguimos hacia el norte, por la cresta de Campuan, pasando por el pueblo de Bangkiang Sidem. Más adelante encontraremos Payogan por donde cogeremos dirección sur, para volver de nuevo al punto de partida. (quizás es la más espectacular que hice)
Penestanan y Sayan. Seis kilómetros de intensa ruta que pasa por Sungai Ayung. A nuestro paso, iremos descubriendo los hoteles lujosos, perfectamente ubicados en un valle fluvial que no deberíamos perdernos. Debemos coger el camino que nos lleve a Penestanan. En el pueblo preguntamos el sendero que nos lleve a Sayan. En el hotel que recibe el mismo nombre, podremos bajar al río. Proseguimos en dirección norte hacia Ayung, pasando por arrozales y al kilómetro y medio encontraremos un punto conocido de rafting. Subimos para encontrar la carretera principal y regresamos a Ubud.
*Otras opciones, pasan por alquilar a un guía local para que nos lleve caminando o en bicicleta, si no conocemos bien la zona o tendemos mucho a perdernos. Los profesionales, suelen tener muchas ventajas, como entrar en casa de los aldeanos y desayunar con una familia. No es cuestión de invadir la privacidad de la gente, sino que es un tema puramente económico donde todos ganan: guía, familia y nosotros por vivir la experiencia.
COMPRAR, COMER Y DORMIR EN UBUD
El mercado que atraviesa el pueblo, cerca del templo principal, es turístico. Si alquilamos una motocicleta y recorremos la isla, puede que nos vayamos encontrando docenas de mercados artesanales menos frecuentados pero inevitablemente enfocados al viajero.
En Ubud, la oferta se desborda. Si miramos un mapa, en sí, en extensión, el lugar no es grande para dar cobijo a tantas tiendas y galerías, por lo que es normal que nos quedemos un poco bloqueados cuando lleguemos y veamos tanto negocio encarado descaradamente a los compradores compulsivos forasteros. No desesperéis. No es tan grave. Las tiendas son encantadoras y los productos atractivos. Podremos comprar de todo. La figuras talladas en madera son el recuerdo que todos acabamos comprando porque son de una gran belleza. Máscaras, cometas, libros, cuadros de artistas conocidos o por conocer, ropa para seguir nuestra ruta por el sureste asiático. Todo lo que podamos imaginar comprar, lo encontraremos sin duda alguna.
Las conexiones en Ubud son caras y lentas. Cuesta mucho dinero imprimir algo. Preguntad antes de meteros. Llevad vuestro móvil para los vuelos que tengáis que coger. La mayor estafa que sufrí durante mi viaje fue en un “ciber-café”, donde por dos conexiones de una hora y cuatro hojas impresas me llevaron 20 dólares.
Si queremos dormir bien, debemos preparar la cartera. Los hostales más económicos, dejan mucho que desear, pero por apenas 30 Dólares la doble con desayuno, podremos quedarnos en lugares encantadores, regentados por familias con sus templos particulares.
Si saciar nuestros paladares es una prioridad, hay cientos de restaurantes para todos los bolsillos. La carta está siempre fuera. No hay misterio. Los precios son los que ponen y se lleva muchísimo la cocina internacional. Quien desee probar la cocina balinesa tan poco exitosa entre los occidentales, deberá preguntar, porque resulta extraño encontrar un restaurante local. No confundamos la cocina indonesia con la balinesa, que nada tiene que ver. El “nasi o mie goren”, estará allá donde vayamos en Bali, pero la auténtica comida isleña tantea con otros productos.
CONCLUSIÓN
Puede que Ubud haya quedado alejada de esa preciosa esencia de la que presumía hace tan solo unas pocas décadas, pero no por eso debemos descartarlo. Más bien diría, que quien no pase por allí, estaría perdiéndose una parte muy importante de Bali y su cultura. No debemos tampoco detenernos entre sus mohosas paredes. Prosigamos nuestro camino, ya sea al sur o norte. Si venimos de Lombok, puede que nos deje algo atontados, pero en cuestión de días, Ubud te atrapa, te engrana su marcha para acabar yendo a su compás, o sea, sin prisas pero tampoco sin pausas.
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