Bienvenidos al Caribe. Mi primera parada en el mar colombiano para poder bañarme en estas aguas benditas de benévolas temperaturas, puede que se salga del prototipo que todos tenemos en mente, cuando pronunciamos el nombre del Mar Caribe.
Si venimos del sur, nos daremos cuenta que Colombia se tiñe de negro. La raza caribeña viene muy marcada y todo lo que la envuelve, se transforma. Su música, su simpatía, tienen otro calado, que no significa que sea mejor que el recibido en el resto del país, sino que en esencia, cambia radicalmente, enfocando un punto común: agradar a la gente y mostrarse tal cual. Tampoco es de extrañar, que en estos lares, nos sintamos un poco más intimidados por insistentes vendedores de bisutería, o que ofrezcan sustancias sospechosas fuera de toda legalidad. Donde el ron corre a ríos, los bares retumban en la noche hasta dejar a la luna pendiendo de un hilo en el horizonte del sedoso océano, donde los buenas cenas de marisco difieren exageradamente del valor que hemos ido pagando por los típicos platos durante nuestro viaje, donde los vagabundos, viven tal cual y duermen a pierna suelta en las playas más concurridas, sería normal pensar que Taganga, se sale de todos los parámetros conocidos como lugar de relax y desconexión total que por ejemplo ofrece Palomino.
El turismo que lo decide visitar y quedáis avisados de antemano, son israelitas buscadores de almas gemelas. Sino, ir con pareja, tampoco es una mala idea. Yo lo hice, y realmente lo pasé bien. Para las pequeñas dimensiones del pueblo, la oferta en bares musicales, hoteles, puestos de comida callejeros, tiendas y clubs de submarinismo es tan amplia, que acabas preguntándote, si realmente vive alguien en el pueblo a parte de los pescadores, ubicados en las calles secundarias a la costa.
Pero…¿ merece la pena una parada en Taganga? Pues no. Pero a mí me vino genial. Después de salir de San Gil y viajar unas 14 horas en autobús hasta la archiconocida Santa Marta, merecía un descanso. Santa Marta, despreciada por muchos viajeros, la descarté de inmediato. El punto más próximo para dormir y hacer el salto al Parque Nacional de Tayrona era esta playa. La elección fue sencilla y desde la terminal de autobuses tuve que coger un taxi para plantarme allí y quedarme un par de días.
Podemos hacer una visita a la Playa grande. Si miramos el mar de frente, a nuestra derecha, veremos unos preciosos acantilados, donde un camino te lleva a esta cala tan famosa entre los colombianos. Caminarlo, según nos explicaron los dueños del hostal, era muy peligroso. El riesgo de atracos en esta zona, era alto aunque no vi nada extraño. Decidí no jugármela y pagar una miserable cantidad de dinero por un barco regular, que zarpaba cada media hora y plantar allí mi toalla. Soy nervioso, y quedarme sentado mirando como las olas rompen en la orilla, es perder el tiempo. Decidí alquilar unas gafas y un tuvo para ver algo de fauna. Poco encontré por la nula visibilidad del agua, que andaba algo juguetona. A mi regreso, cuando el alba anunciaba recogida, Taganga se transformó en una macro discoteca. Los bares, parecían competir a ver quién echaba más decibelios, apagando cualquier cántico de los ignorados grillos en plena naturaleza. Aquello no era normal, pero formaba parte de este conocido lugar. ¿Adaptarse o amargarse? Por supuesto la primera elección es la válida para todo tipo de viajes y acompañado por una mezcla de varias canciones a todo volumen en la playa, nacidas de las tripas de varios oscuros y descoordinados locales decidí tomarme unas buenas copas en memoria de mi padre.
Quien decida aposentar su mochila en Taganga, puede que salga corriendo o que sorprendentemente le gusté e incluso le pille cariño a las tórridas temperaturas, al desparpajo de los hippies vendiendo baratijas entres densas nubes de marihuana, o a la deliciosa comida que en sus locales se sirven. Una cosa es segura. No deja indiferente a nadie…
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Lleno de hippies, a menudo intentar venderte alguna baratija. Simpáticos pero bien fumados, se hace casi imposible entenderlos
Extracto de mi diario viajero durante mi estancia en Taganga:
22 de agosto
¡¡¡Encontré Taganga gringo!!!
La verdad es que este lugar perdido en el atlántico, es algo inusual. Ubicado en el camino de los gringos que buscan pareja de viaje o bebida barata, Taganga es algo parecido a Lloret de Mar en España, pero en miniatura, porque solo hay una pequeña bahía con unos quinientos metros de playa y ahí se acaba el truco porque no hay más espacio.
Las calles adyacentes parecen dormidas, apartadas del mundo “taganganero” y de sus elevados decibelios solo aptos para los sordos.
En sí, el lugar, es divertido y una muy buena opción para hacer escala de camino al parque nacional de Tayrona. Mañana en teoría salimos hacia allí, aunque todavía no sé cuántas noches me quedaré, pero la idea es hacer una y si me quedo corto hacer incluso dos noches para presentarme en Cartagena el 26 de Agosto, aunque todavía no estoy decidido al cien por cien a hacer el archipiélago de San Blas, porque me está condicionando mucho este final de viaje, poder cerrar fechas y llegada al país vecino.
La llegada a la costa colombiana ha sido desconcertante. Atrás quedan los días de Tatacoa y Salento. Parecen tan lejanos, como si se trataran de otro viaje cuando mis pensamientos se dirigen melancólicamente hacia los recuerdos que estos lugares me dejaron. Curiosa la deformación del tiempo cuando viajamos.
Santa Marta, no sé ni como es. Ni lo sabré. Mi llegada a la terminal ha estado condicionada por el sueño que llevaba después de haber viajado toda la noche desde San Gil. Un buen café en la estación me ha puesto en marcha. La llegada a Taganga ha sido por taxi y la bahía es bonita y tiene incluso algo de auténtica porque está dividida en dos sectores. En uno chocamos si no esquivamos a los borrachos. Al otro los pescadores faenando y vendiendo sus capturas a la gente local.
Al no poder hacer la entrada del hotel porque era muy temprano, he decidido coger una barca e ir a una playa llamada “playa grande”, que de grande no tiene nada. Allí relajado y haciendo un poco de buceo me he ido acoplando físicamente poniendome al día después de pasar una noche entera en un autobús que escupía un terrible aire acondicionado.
Las aguas algo turbias, daban pequeños destellos de fauna marina viendo una morena y algunos peces de cuyos nombres desconozco.
Al volver a Taganga, me he comido un buen mero y una caldereta de marisco deliciosa. Creo que ha sido la mejor comida que he probado en lo que llevo de viaje.
Más tarde una siesta necesaria me ha dejado renovados por completo. Al salir he podido observar la venta del pescado y el atardecer en la bahía, como teñía sus azules aguas en un naranja uniforme, pudiendo únicamente divisar las siluetas de las personas que andaban comerciando en la arena. La música de los locales es atronadora, algo surrealista diría yo. Se cargan por completo el ambiente que te podría dar este precioso enclave, pero forma parte de la filosofía de Taganga y a eso hay que ceñirse.
Taganga puede que la odies o la quieras. Nosotros preferimos quedarnos con lo segundo, porque el cambio de aires incluso nos ha venido bien. Pasar de los andes al Caribe ha sido un tanto escalonado debido a la agradecida ciudad.
Ahora miro lo mal que empecé mi viaje y lo bien que ando ahora. Puedo darme por satisfecho por todo lo ocurrido de momento, por todas las cosas que me ha ido enseñando Colombia y como el día (Japón) y la noche (Colombia), pueden compaginarse sin colapsar tu cerebro debido a las evidentes diferencias entre ambos.
Poco a poco voy mirando de refilón el día de regreso, y ahora me quedan 12 días de viaje. Son días pero no tantos si acabas queriendo visitarlo todo.
Mañana veré cómo está el parque de Tayrona, la estrella según muchos de Colombia, aunque de momento me quedo con el eje cafetero.
La gente, pese al turismo, sigue con sus labores diarias. La pesca y la posterior venta es un día a día que no puede faltar.
Sólo la magia de los atardeceres, nos dan esos momentos únicos en un viaje. Parece que todo se ponga en orden y el caos desaparezca por completo
Estas copas van por tí papá
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