Llegar a San Gil, supuso en nuestro viaje un cambio radical a todo lo recorrido. El Sur quedaba atrás, y la capital parecía tan lejana que apenas reparamos que el viaje ya se había partido por la mitad, teniendo en el punto de mira, el norte con una obligada parada en Cartagena de Indias. Pero antes de llegar a ese objetivo, a esa ciudad que tantas veces soñé de niño que visitaba, quedaban muchas cosas pendientes por decidir.
La Guajira, era algo muy lejano, pero lo factible era hacer el Parque Nacional de Tayrona ¿Cómo? Debíamos parar en algún lugar después de haber hecho tantas horas nocturnas en autobús. Santa Marta, duramente criticada en las guías y foros, no me inspiraba confianza y tampoco entró jamás en mis planes.
¿Taganga?¿Qué es eso? ¿Dónde está?Tranquilos que este lugar tan surrealista da para otro post. La cuestión es San Gil. ¿Merece la pena? Si. La ciudad no dice nada, pero sus alrededores están llenos de sorpresas para los amantes de la naturaleza, los deportes de aventuras y si me apuráis, para los más exigentes paladares, ya que junto a Villa de Leyva, fue el lugar donde mejor comí. Si a todo esto le sumamos una población hospitalaria y un lugar que inspira seguridad incluso a altas horas de la noche, puede que acabemos más días de los que hayamos planeado en un principio.
Su cercanía a la famosa localidad de Barichara, lugar de múltiples rodajes de películas y telenovelas por su belleza y su originalidad en lo que se refiere a sus calles y casas, podremos llevarnos la sensación de que estamos pisando un típico pueblo sureño español. A los turistas venidos de otras partes del planeta puede que les impacte el concepto de belleza y sencillez en un solo lugar, pero a los que venimos del viejo continente, no nos dirá tanto como me lo dijo Villa de Leyva. Pero es una opinión personal. La mayoría de la gente que va de paso, hace una noche y sigue su viaje. Yo hice una pasada rápida y regresé a San Gil para tener una mejor conexión con los transportes.
Llegar ya fue una odisea. Puede que Villa de Leyva no esté tan bien conectada como la capital. Pensé que debido a su proximidad, sería coser y cantar. Una serie de circunstancias nos llevaron casi una jornada entera de transbordos entre autobuses sin saber muy bien donde iríamos a parar. Al final todo quedó en un viaje divertido y un poquito más de una Colombia ente bastidores.
Sigo pensando que cada día me sorprende más y más este país donde hay tanta variedad que siempre uno acaba encontrando un lugar hecho a su medida.
Os dejo un fragmento de mi diario viajero durante mi estancia en San Gil, donde detallo lo que se puede hacer desde un punto muy personal:
Diario de Colombia (San Gil)
19 de agosto. Camino sin fin
Esta mañana bien temprano hemos abandonado la bella Villa de Leyva. Podemos decir que ahora hemos visto la famosa y turística Barichara y que incomprensiblemente, la primera queda fuera del circuito de mucha gente, no sé si por falta de tiempo o de información.
A todo el mundo que he ido encontrando durante mi viaje, le he ido preguntando si habían pisado este encantador pueblo de Villa de Leyva, y más que una negativa, he recibido un interrogante. Barichara es precioso, pero viniendo de España, puede que no impresione tanto, teniendo muchas semejanzas con nuestros pueblos más variopintos y sureños de la península. Lo que choca realmente es comparar este pueblo en Colombia, tan parecido al de nuestro país.
Hoy ha sido un día de autobuses. Desde Villa de Leyva hemos ido a remolque con los transportes. En la misma estación de salida, hemos conocido a dos chicos y una chica de Holanda y Austria. Los tres eran mochileros algo inexpertos pero muy cordiales. Su mayor problema…el no saber español. De este modo, todo el día he ido haciendo de traductor, llevándolos con nosotros, en los mismos transportes hasta llegar a San Gil.
A primera hora, hemos ido a Arcabuco. El camino era literalmente un sendero empedrado donde sólo las cabras andarían cómodas. No existía el asfalto y menos aún espacio para circular dos coches. La tupida montaña, daba alimento a cientos de vacas y medida que íbamos devorando kilómetros aparecían más y más. El cultivo parece ser una segunda opción por estos lugares, siendo el ganado el principal motor económico de esta zona tan rural.
En Arcabuco, hemos estado esperando cualquier autobús que nos llevara a San Gil, pero este no llegaba nunca. Parando a todo conductor hemos conseguido hacer enlaces en un ir i venir entre colectivo para acabar en Barbosa, un pequeño pueblecito que tenía mejores conexiones con nuestro destino final.
Las vistas desde la ventana eran totalmente merecedoras de las mejores fotografías. Me encanta eso de este país. Cuando te mueves por carretera, los paisajes son tan variables como bellos. Las montañas y los ríos son majestuosos. Sin tener la grandeza de las grandes planicies chilenas o argentinas, también pueden dejarte sin aliento. Colombia es grande y única. Su gente crea una simbiosis perfecta con la belleza de sus tierras.
Como de costumbre y haciendo suposiciones erróneas sobre las ciudades antes de visitarlas, la decepción de nuestra llegada a San Gil ha sido casi física. La ciudad más bien es pequeñita y puede verse por encima desde la terraza de nuestro hostal.
Bajar del autobús ha sido horripilante. El hotel, ubicado entre la estación y la plaza mayor, goza de muy buena reputación entre los viajeros. Yo por lo menos no he visto a ninguno. Sorprendido porque para ser la capital de los deportes de riesgo, me atrevo a decir que el lugar deja mucho de desear.
Salir a las afueras a tan solo unos metros de San Gil, la naturaleza se tropieza por todos los lados con nosotros
Nuestra primera incursión ha sido muy impactante. Pasando por el mercado, el olor a carne era muy fuerte. Pero más impactante ha sido ver decenas de buitres hurgando entre las basuras sin ser espantados por la gente, como si formaran parte de la comunidad, como si fueran parte de la calle o del mobiliario urbanístico, del mismo modo que los perros callejeros, lo forman en todos los pueblos en los que he estado.
No es agradable, ver semejante bicho abriendo sus enormes alas, semejantes al anuncio de una muerte inminente. Pero bueno, todo no podía ser malo, ya que hemos ido a Barichara.
Camino de la estación, nos hemos encontrado de nuevo con los tres viajeros y compañeros de nuestras penas en el recorrido desde Villa de Leyva a San Gil. Juntos, hemos puesto rumbo al pueblecito. Apenas unos 45 minutos la separan de la enladrillada capital. Después de llegar a su magnífica plaza mayor, teníamos dos horas para recorrer sus calles.
Barichara, como he explicado antes, enamora. Pero lo mejor sin duda alguna son sus miradores. Puede que haya sido la mayor sorpresa del viaje. Esperaba encontrarme con un pueblo anclado en el pasado y de rebote y sin saber dónde iba, me he encontrado con una de las mejores vistas de Colombia. Las nubes anunciaban lluvia. El sol empujaba con fuerza pidiendo enérgicamente paso, pero el trabado cielo le denegaba cualquier tentativa. Los rayos como cortinas, atravesaban los puntos más débiles, haciendo una postal imborrable para cualquier viajero. Las fotografías eran preciosas pero incapaces de definir la realidad que circulaba por delante de nuestros ojos. Imposible plasmar tanta belleza en una instantánea.
El reencuentro con nuestros espontáneos amigos, ha tenido lugar en la plaza mayor. Una breve caminata y una cerveza pasada por agua ha puesto fin a nuestro cruce casual para siempre.
De vuelta un accidente de moto de una chica ha retrasado un poco el viaje. Una buena cena y una velada en esta formidable terraza pegada al río, son una excusa perfecta para pasar por alto la fealdad de San Gil, el mercado pestilente e incluso lo de los buitres haciendo su festín personal.
Supongo que todo es según con los ojos que lo mires y cómo te afecte en ese momento. Sólo hace falta ilusión y de eso ando muy sobrado.
20 de agosto . San Gil y algo más
Hoy el día ha estado estupendo. San Gil, es grotesca. Pero sus entornos son ricos en muchas cosas. Las cataratas del Curi, son realmente una maravilla, por su privilegiada ubicación.
Hoy a las 10,30, después de un desayuno en la plaza mayor, nos hemos dirigido a la terminal y hemos cogido un autobús que en una hora nos ha dejado en las cataratas.
La entrada nos ha costado 7000 pesos. Un suave camino nos ha dejado en la base de este salto de agua de 185 metros de altura. Las aguas que formaban una poza, eran buenas para pegarse un chapuzón. Los dos nos hemos metido y hemos disfrutado de la soledad del lugar. Estábamos completamente solos y eso le ha dado mucho juego a nuestra pequeña aventura por la minúscula jungla.
Una especie de senderos se perdían en la garganta de la frondosa vegetación. Nuestra incursión al principio ha sido tímida y pausada. Más tarde ya íbamos más confiados e íbamos viendo como el paisaje era realmente una maravilla. La dureza era inexistente, con lo que todo ha sido una aventura total, sin nadie a nuestro lado, sin turistas ni nada que nos jodiera este maravilloso camino. Era como en Tiomán, atravesando un lugar sin saber qué nos depararía el final de sendero. La jungla era espera y húmeda, pero una serie de cuerdas hacían que fueras seguro mientras caminabas y disfrutaras del sonio, roto sólo por el silencio de la densa vegetación rozando nuestros cuerpos a sus paso y la suave corriente del riachuelo que intuías, pero que no veías. Diversas bifurcaciones daban accesos a numerosos rincones donde distintas pozas se exhibían en solitario entre gigantescos árboles y rocas enmohecidas por la falta de sol y el exceso de humedad.
Ahora ando metido en el autobús destino a Santa Marta. Me dirijo al caribe colombiano. Una serie de giros de mi olla, “made in my brain”, han hecho que haya tomado esta decisión a última hora. Ayer no pude acabar de escribir el diario porque estuvimos hablando toda la noche con dos grandes viajeros de Barcelona, que llevaban viajando dos meses. Ellos eran Alex y Cristina. La velada fue inolvidable y llena de interesantes charlas acerca de la gran aventura de viajar.
Ayer, cuando regresamos de las cascadas, probamos de comprar hormigas culonas y las probamos. No están mal, pero solas a palo seco, no son nada del otro mundo.
Después disfrutamos de un paseo y una cena casera (chorizo y fuet), en la agradable terraza del hotel, que es donde conocimos a esta entrañable pareja. Un buen embutido español, nunca falla cuando se trata de acercarte a nuevos y desconocidos viajeros.
Parapente en el Gran Cañón de Chicamocha.
Pero hoy ha venido el plato fuerte. Después de una larga espera para que las corrientes ascendieran desde las gargantas del cañón de Chicamocha, nos hemos tirado. Primero Lourdes y luego yo. La altura era abismal y debo reconocer que mi fobia a las alturas me ha pasado factura. No sabía cómo era volar…. Hasta hoy. He volado literalmente como una ave, rodeando el precioso cañón, salpicado de casitas minúsculas y ríos de gran magnitud. Quien no se sienta libre con esta experiencia, que coja, y se vaya en una misión a Marte, porque es una increíble forma de sentir que el cielo está a tu alcance, y de tocar si bien cabe con los dedos, la total libertad.
Cuando hemos vuelto, nos hemos liado con el plan del viaje. Yo llamando a las agencias de barcos para cruzar a Panamá en unas semanas y he decidido adelantar mi salida un día antes y estar más tranquilo de cara a hacer Cartagena de Indias para poder comprar un pasaje “in situ” , en mi última parada para San Blas. Todavía no es seguro, pero en eso estamos. No veo bien que por un día pueda perder aunque sólo sea la posibilidad de navegar por el Caribe durante una semana.
Una breve despedida con la pareja y una buen abrazo de hasta nunca, que bien lo pasamos y lo poco que estuvimos juntos ha sido el detonante para nuestra salida hacia Santa Marta. Taganga puede que sea una decepción, pero será una buena base para impulsarme y hacer el Parque Nacional de Tayrona. Debo hablar con Lourdes, que parece que todo le va bien, pero necesito su opinión de como estoy encarando el viaje. No debo olvidar, que yo llevo 14 días ya de viaje y ella apenas una semana.
Bueno. Mañana más. Hoy me espera una noche muy larga de 13 horas de autobús, sin bandidos que lo asalten según mis últimas informaciones.
Volar hasta donde el horizonte se quiebra:
¿segura?
¿Estás totalmente segura de querer hacerlo?
Pues si. Estaba segura ella. Por ahí va
Eooo!!!!! Que sí, que ese soy yo, venciendo todas mis fobias a las alturas!!!!!
Misión cumplida. Con miedo al principio pero orgullo al final
De vuelta hacia San Gil después de realizar un vuelo por el gran Cañón de Chicamocha. Increíble lugar
Grandes vistas del Cañón
Un bañito en plena jungla