Naren Herrero viajó a la India con el objetivo de pasar diez días en “la congregación humana más populosa del mundo”. Al partir, su mochila estaba llena de dudas y temores, pues era una expedición a lo desconocido. Al mismo tiempo, como medicina, en su botiquín llevaba una dosis concentrada de devoción. La que sigue es la breve crónica de una peregrinación basada en el agua, la fe y la espiritualidad colectiva.
El peregrinaje a la Kumbha Mela de Naren Herrero
Cuando llegué a Kumbhnagar, la ciudad temporaria donde se lleva a cabo el festival religioso-espiritual más multitudinario del mundo, ya había leído mucho material sobre el tema, pero todavía me sentía algo descolocado e incluso temeroso. El motivo de ello era que las cifras que rodean a la Kumbha Mela son mayúsculas. Como ejemplo: 100-120 millones de personas en un área de 20km² (la mitad de Bilbao o de Salamanca), creando la mayor densidad de población del mundo durante 55 días ininterrumpidos de celebración. Yo no padezco demofobia (al menos, no aguda), pero tampoco me encanta andar apretujado.
Para ponernos en contexto, la Kumbha Mela es la fiesta religiosa más masiva del hinduismo, celebrada con un ciclo de 12 años y en cuatro sitios diferentes de la India, donde la tradición cuenta que cayeron cuatro gotas del néctar de la inmortalidad. De estos cuatro lugares, el más populoso e importante es Prayag, el terreno donde se unen tres ríos sagrados en las afueras de la ciudad norteña de Allahabad.
Durante la época de lluvias – el famoso monzón indio – el terreno está anegado y es solo cuando retroceden las aguas que la Administración gubernamental comienza la construcción de una ciudad efímera hecha de tiendas de campaña en los lechos arenosos de los ríos. Una urbe sin expectativa de posteridad, pues antes de las próximas lluvias ya se habrá desmantelado por completo, evitando así el naufragio de 770km de cableado eléctrico, 22.000 postes de luz, 35.000 letrinas o 18 puentes flotantes. Una proeza (y también una locura) urbanística que únicamente puede ocurrir en la India y que ha llevado a académicos de la Universidad de Harvard a estudiar el fenómeno con gran interés y perplejidad.
Por otro lado, la bajada del torrente fluvial viene acompañada de bajas temperaturas, ya que el festival se realiza siempre durante el particular invierno del norte de la India, con un clima afable de día (hasta 20ºC) y muy frío apenas se esconde el sol (hasta 1ºC). De todos modos, las temperaturas no son un obstáculo para los numerosos peregrinos que llegan desde diferentes partes del país con apenas un atado de provisiones sobre la cabeza, algunos incluso para dormir a la intemperie.
Estos millones de personas, ya pueden verse desde la madrugada, en pleno invierno, realizando sus baños rituales en uno de los puntos más reverenciados para el hinduismo; es decir, la confluencia (sangam) de tres de los ríos más sagrados de la India: Ganga, Yamuna y el invisible Sarasvati. Para un hindú bañarse en aguas sacras es mucho más que un acto de higiene, ya que los ríos son considerados “madres” que dan vida y representan el origen (“las aguas primordiales”) al que uno puede volver cada día para renovarse y re-descubrir su esencia espiritual. Según las Escrituras hindúes, bañarse en estos ríos es un gesto de gran piedad religiosa que, además de purificar al devoto, puede incluso otorgarle liberación espiritual (moksha).
De los dos meses, aproximadamente, que dura el festival, hay tres días en que, debido a específicas combinaciones astronómicas, el baño en el sangam es especialmente propicio. En esas jornadas, la auspiciosidad de los astros (básicamente el Sol, la Luna y Júpiter) es acompañada de una pomposa procesión por parte de las trece organizaciones ascéticas hindúes principales, que junto con las aguas sagradas son la gran atracción de la Kumbha Mela. Esto se debe a que para esta celebración, ¡que recordemos ocurre cada doce años!, la mayoría de ascetas (sadhus), monjes (sannyasins), gurús y yoguis de la India se congregan de manera extraordinaria en este punto geográfico.
A este respecto, la mención especial se la llevan los llamados Naga babas, ascetas desnudos, que suelen tener largos cabellos enmarañados y el cuerpo untado de ceniza como única vestimenta, ya que el simbolismo de la ceniza es recordarnos la impermanencia de la vida (“del polvo venimos y al polvo vamos”) y la necesidad de aprovechar cada minuto para profundizar en el auto-conocimiento.
Cuando no hay Kumbha Mela, estos particulares sadhus viven recluidos de la sociedad realizando arduas austeridades físicas y prácticas espirituales regulares. Tradicionalmente se les considera protectores del dharma, es decir personas que renuncian a todo por el bien de la religión hindú y sus valores universales. Por tanto, cuando llega la gran celebración es época de fiesta para los Nagas, que entran en contacto con los devotos laicos, hacen demostraciones públicas de sus poderes yóguicos y hasta algunos pasan las jornadas fumando chilums (pipas con hachís), con debatidos fines espirituales.
El baño de los sadhus
El apogeo de la celebración llega en los tres días de gran baño, en que todos los sadhus se dirigen a primera hora de la mañana, en procesión, hacia la confluencia de los tres ríos. En esta ocasión especial, los principales líderes espirituales van montados en carrozas decoradas con flores, desde donde pueden ser vistos y dar bendiciones a los peregrinos. Para poder observar el evento de buena forma los peregrinos se levantan al alba y se apiñan
contra las vallas hechas de palos y cuerdas que, junto a gran presencia policial, escoltan las calles por donde pasa el desfile. Dichas calles desembocan en una gran explanada frente al río donde los ascetas se bañan con euforia. Por una cuestión de jerarquía espiritual, los sadhus deben bañarse primero que los devotos comunes y corrientes.
A estas alturas del relato, uno ya se da cuenta de que se trata de un evento muy ajeno a la lógica occidental y que para comprenderlo o, en mi caso, experimentarlo, hace falta ampliar un poco la visión. Mi objetivo en este viaje era la vivencia como peregrino y también recopilar material para un libro sobre el tema, que finalmente se publicó con el nombre Kumbha Mela: la celebración espiritual más grande del mundo (Edito
rial Kairós, 2015).
Como corresponde a un periodista, yo ya tenía un esquema prefijado, unos nombres de personas a quienes entrevistar y una lista concreta de preguntas. Pero quienes hayan visitado la India saben que pretender cumplir planes fijos allí es una insensatez, ya que lo más importante que hay que llevar a ese viaje, o de lo contrario lo desarrollarás allí, es flexibilidad, tolerancia y paciencia. Como era de prever, todos mis esquemas se vieron trastocados y, si bien esa era una opción que también estaba en mis planes (¡soy muy listo!), uno nunca es tan flexible como cree, ni los planes cambian en la forma que uno imagina. Por tanto, me vi frente a frente con la Kumbha Mela, en mi pequeñez, en una lección de humildad.
En varias ocasiones, y no solo al inicio del viaje, las distancias de Kumbhnagar y su consiguiente obligatoriedad en desarrollar la paciencia fueron fervientes enemigos para mi esquema mental prefabricado y mi mochila cargada de expectativas. Una sensación muy occidental que se repetiría con frecuencia, a saber: cansancio de caminar, de esperar… y no lograr resultados. No quiero que se me malinterprete. Estoy acostumbrado a los ritmos indios y no quiero dar una impresión de ser excesivamente “resultadista”, sino que mi contrariada reacción vino dada, básicamente, por mis expectativas no cumplidas.
Es decir, yo sí estaba preparado para tener que caminar, para esperar durante horas, pero no estaba listo para hacerlo y quedarme sin los resultados esperados. No es casual, por tanto, que los sabios de la India siempre expliquen que el milenario y único motivo del enfado y la ira de cualquier persona es que aquello que espera no suceda o suceda de forma diferente.
A la vez, vivimos en una época y una sociedad que idolatra las ideas de “progreso” y “productividad”, por lo que sentarse sin “hacer nada” en el sofá nos genera culpa y ni qué hablar de pasar un día en la Kumbha Mela sin haber logrado una buena entrevista.
De todos modos, y a pesar de haberme visto obligado a trastocar mis planes prefijados, durante los diez días que pasé en la Kumbha Mela de Allahabad tuve la oportunidad de presenciar la llamativa procesión de los sadhus, ver y hablar con Naga babas en persona y recorrer los cuatro puntos cardinales de la gran ciudad-campamento, con sus 18 puentes flotantes incluidos. También pude adaptarme y perder el miedo inicial, al punto de bañarme en las removidas aguas del sangam y experimentar que la devoción es más fuerte que el frío invernal.
Asimismo, me encontré rodeado por el bullicio constante del sistema de megafonía más extenso del mundo que, como dato positivo, sólo emite mantras, canciones devocionales y discursos espirituales (aunque siempre en sánscrito o hindi). Esta permanente algarabía sonora es una marca registrada de la India en general, pero en la tierra de Kumbhnagar es llevada a su apogeo y pone en total entredicho el preconcepto occidental de que el yoga y la espiritualidad son actos siempre silenciosos y tranquilos.
Si bien es verdad que el objetivo del yoga es la quietud interior, el colorido, el entusiasmo y la devoción colectiva de la Kumbha Mela te invitan también a encontrar la inspiración espiritual en el entorno.
Un entorno que estimula los sentidos, para bien y para mal, incluyendo llorosos leprosos pidiendo en las calles, impasibles encantadores de cobras y una vaca con cinco patas, a la que todos piden bendiciones por considerarla extra-sagrada. A la vez, se trata de un entorno en que la comunión colectiva se palpa en el aire y en que el propósito común de adorar a la Naturaleza y recibir enseñanzas de los maestros realimentan la propia búsqueda interior.
De todo el memorable espectáculo que ofrece la Kumbha Mela, de todos los números que rompen récords, de todas las anécdotas que se podrían contar, yo tengo claro que me quedo con un hecho: millones de personas, en condiciones austeras, reunidas pacíficamente, con alegría y devoción, por un propósito espiritual. Es decir, la búsqueda individual del auto-conocimiento catalizada por la energía colectiva.
Si la presencia de tantos sadhus y maestros genera, sin duda, una gran vibración espiritual durante toda la festividad, también es obvio que los peregrinos perciben esa energía y, debido a su fe y su implicación, la acrecientan para hacer de la Kumbha Mela una celebración con la máxima atmósfera de pura espiritualidad. Ese es su gran logro y, además, el legado más tangible para aquellos que tuvimos la fortuna de asistir, incluso si mis expectativas originales no se cumplieron al pie de la letra.
Para más información leer el artículo de Roberto Carlos Miras: El gran peregrinaje: Khumba Mela,
escuchar (a partir del minuto 72) la entrevista con Naren Herrero en Intereconomía o comprar el libro en la editorial Kairós.