Como si fuera el preludio de la inminente destrucción de la raza humana, el calor en nuestro país va barriendo a pasos agigantados con un sigilo pasmoso, cada pueblo, cada casa y casi cada rincón. Ni las sombras sirven de cobijo y sólo los más afortunados económicamente, pueden tirar de sus aparatos de aire acondicionado, dejando una estela de vapor mortífero en la densa y pegajosa atmósfera. Pero no todo resulta catastrófico con la llegada del periodo estival.
No nos dejemos derrotar por lo que para muchos es una santa bendición. Las carreteras estarán atestadas de reumáticos vehículos que escupen oscuros nubarrones y colapsan las entradas que dan acceso a las más bellas playas del Mediterráneo . Pero al final, la recompensa es buena, enorme diría yo, pese al calvario que puede suponer el llegar a un destino tan codiciado por los “lagartos humanos”. Puede que un año no podamos coger un avión y recorrernos medio planeta para buscar “nuestro personal limbo temporal”. Pero siempre que he viajado por todo el globo, he defendido a capa y espada, que España, como país, es uno de los lugares más bonitos y sorprendentes que pueda uno visitar. No cabe ninguna duda, que tenemos de todo (incluida una profunda crisis económica), y que los pueblos del interior te darán la soledad que las costas te suprimen con sus masificadas playas. Para gustos podríamos decir los colores, pero yo digo mi tierra.
Dejaros llevar por infinitos pueblecitos atrapados en el tiempo, enraizados en las más ancestrales tradiciones, con sus peculiares gastronomías y sus propios caracteres, diferenciados con dureza a menudo, separados a escasos kilómetros, unos de otros. Perderos por las modernas urbes vanguardistas como mi querida y materna Barcelona, bendita por un mar que amamanta y da vida a la muchedumbre que la pisa, pudiendo percibirlo en cada poro de su hormigón, mientras uno se pierde por sus históricas calles. Dejémonos seducir por nuestras playas turquesas, tan sólo rotas por la desaliñada masa turística, que pese a quien le pese, sigue siendo una parte del sustento de nuestra economía. Podremos encontrar para cada personalidad, un trocito de arena frente al agua. El mar, es infinito, y sus posibilidades inagotables. Podemos reincidir y reconquistar por unos instantes las playas más conocidas, aportando nuestro granito de arena, al enorme hormiguero en horas punta, o buscar las calas abandonadas y desaparecidas en los mapas, a las que accederemos, no sin perdernos por el camino en más de una ocasión. Una vez el día acabe con sus fuerzas, la noche traerá la suave brisa, que tranquilamente paseará por los blancos e inmaculados pueblos costeros de nuestra península.
Sólo quiero destacar con este escrito, que pese a que no podamos irnos un año a la salvaje África, a la sorprendente Asia o a redescubrir el nuevo mundo, siempre tendremos nuestro país por explorar, por palpar y disfrutar, una tierra que pese a las diferencias políticas que atraviesa, hace que uno acabe pensando en la fortuna que tuvo al nacer aquí.
Tan sólo hace falta abrir nuestra mente, y no poner la calidad pareja a los kilómetros recorridos. Estando en tu casa a tan sólo una puerta lo que te separa de la verdadera magia…así que ábrela y empieza a vivir.