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Pese al régimen que están sufriendo los nicaragüenses, la hospitalidad en el país sigue palpitando, aunque he de reconocer que con menos pulsaciones de las que antaño presumía antes de que el dictador Ortega se adueñara de toda una nación.

Nicaragua no es que presuma de ser el país más bellos de Centro américa, sino que es el más bonito con diferencia.

Lo más sorprendente es la pasividad de los lugareños frente a una política opresiva, donde la libertad de expresión es castigada con la cárcel y donde los sueños de libertad de los nicaragüenses se esfumaron hace unos cuantos años, cuando el ejército incendió cualquier tipo de esperanza, prendiendo a todo el país en un caos.

León ciudad universitaria, fue especialmente maltratada siendo el epicentro de las protestas, poniendo en jaque a la ciudadanía, sometiéndola bajo la mano férrea del ejército nicaragüense. Como un virus letal, la violencia se fue expandiendo por el resto del país. Cualquier indicio de contradicción al régimen, fue como desgraciadamente suele ser, una victoria de las armas de fuego contra las pancartas y los gritos ahogados de libertad.

Turísticamente, en la actualidad y pese a ser muy complicado mirar hacia otro lado, si hacemos caso omiso a la situación política, podremos ayudar a los locales a confiar de nuevo en la llegada de un turismo sostenible, que se murió empalmando la pandemia con los enfrentamientos entre la población y el ejército, dejando huérfano a un país que estaba a punto de eclosionar y mostrar al planeta las maravillas que posee.

Las paradisiacas Corn Island, refugio para los más pijos, ha acabado siendo un bastión para los narcos, utilizando las islas como puente logístico entre Colombia y Estados Unidos.

Managua, la temida, la ciudad que se ha ganado una de las peores reputaciones del mundo, muere a fuego lento entre secuestros exprés y una criminalidad a plena luz del día que aumenta debido a la pobreza a la que los locales se enfrenta día a día.

Entonces, ¿qué nos queda?

Seamos claros y sinceros. Mi idea de pisar Nicaragua se desvaneció cuando iba viajando por Costa Rica. Los rumores, la poca información actualizada en las redes del ciberespacio acerca de la seguridad,  sólo hacía que confundirme y cuestionaba si realmente hacer el salto de fronteras iba a merecer la pena o estaba evocado a un fracaso total.

Rememorando mi viaje por Zimbabue, hace unos veinte años, recordé que conocí a un viajero que había recorrido Nicaragua un año antes. Cogí por aquellos tiempos una libreta y apunté durante una inolvidable velada bajo el estrellado cielo africano, todos los detalles que me iba contando, poniendo como objetivo visitar en un futuro inmediato esos lugares.

Pasados los años, recuperé el diario y empecé a planear qué podía visitar y qué no. Por cuestiones de la vida, nunca pude ir. Estuve en Guatemala, Honduras, Belice, Panamá, Costa Rica, pero Nicaragua por razones que ni yo mismo pude descifrar, se me resistía. ¿Por qué ir ahora que estaba peor? Por pura curiosidad. Porque a lo largo de mi vida he conocido muchos viajeros que me dijeron que era el país por excelencia de Centroamérica y ahora que lo he conocido, puedo opinar y no especular leyendo en foros viajeros.

Está claro que, si queremos viajar a Nicaragua, debemos enfrentarnos a un dilema como un buen amigo mío y reconocido escritor me dijo. ¿No vas a darle cuerda a un país que está bajo un régimen opresor?

Bueno. Para opiniones hay diversos prismas desde donde mirarlo. No creo que un nicaragüense deba pagar por lo acaecido en los últimos años y un empujón turístico signifique darle la razón a nadie.

A fin de cuentas, quien gana con todo esto es el local. Los visados son inexistentes y la cuota de entrada y salida realmente barata, por no decir que simbólica.

Nicaragua no sólo sorprende, sino que te deja perplejo. La belleza de sus paisajes es incuestionable, pero lo que más me llamó la atención fue la gente. Hospitalarios, sencillos y siempre dispuestos a ayudar, si tenemos la suerte de hacer migas con algún local, tendremos una visión del país auténtica, aunque más cruda e inapreciable por el poco turismo que recibe, engrandeciendo el coraje y la valentía de un pueblo que pide a gritos (silenciosos), que algo está cambiando. Si prestas atención, dicho cambio llegas a sentirlo en silencio, en unas miradas repletas de ilusión.

Masaya, Granada, León, San Juan del Sur y la Isla de Ometepe son maravillas incomparables, lugares que dejan atrás cualquier recuerdo del país visitado con anterioridad como en mi caso fue Costa Rica.

Mi paso dudoso, con miedos infundados, fueron no sólo un éxito, sino que me fui del país arrepintiéndome de no haberle dedicado más días por puro desconocimiento.

Un dato revelador y oculto es que la Suiza de Centroamérica, Costa Rica tiene mucha más delincuencia que su vecina. De hecho, los ticos, majos como nadie, me dijeron que siendo viajero no saldría vivo de Nicaragua y los nicaragüenses me dijeron lo mismo de Costa Rica cuando tuve que regresar. ¿mis sensaciones? Pues si soy sincero, los dos países tienen lo suyo, pero Nicaragua me pareció más segura y me moví como quise a la hora que quise y entre cerveza y cerveza haciendo amigos que jamás olvidaré.

 

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