Mi primera visita al país de Myanmar fue de incógnito. Desde las religiosas tierras tailandesas de Mae Hong Son, conocidas turísticamente por las mujeres jirafa, alquilé un vehículo con conductor, que me llevaría a la frontera entre ambos países. En una franja invisible donde uno no sabía si pisaba suelo tailandés o birmano, recorrí las aldeas más entrañables que vi en mi primer viaje por Tailandia.
Su ritmo de vida dista mucho del nuestro. Las carencias son numerosas e importantes. Pero merece la pena asomarse por la ventana de una vida real, alejada de los circuitos turísticos y que los aldeanos viven como pueden en un territorio hostil, marcado por el contrabando, las plantaciones de opio y las continuas incursiones de los señores de la droga.