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Si mis quejas del duro polvo tragado durante estos días fueran pocas, hablaríamos que la jornada de hoy no ha sido una excepción.  Ir a Omorate, ha sido como navegar por océanos desérticos donde la vida carecía de sentido. A una dos horas de trayecto por una arenosa carretera, con los termiteros como señales de tráfico, veías increíblemente como los “Hamer”, duros pastores habituados a estas duras condiciones climatológicas, salían a tu paso para alzar sus manos al aire en busca de tu preciada agua.

El viento a menudo peleón, hacía de las suyas, entrando medio desierto por una ventanilla y saliendo por la otra. Tu rostro, tu ropa y todo el equipo fotográfico ha sido el punto de mira de estos traviesos tornados que nacían de la nada para acabar arrasando pequeñas porciones de pardas tierras.

El asfalto tan poco común entre pueblos por el sur, nos ha dado la bienvenida durante unos breves kilómetros y el camino se ha hecho más llevadero, aunque sus bordes fueran pasto de las malas hierbas resecas por la ausencia de lluvia en meses.

Omorate, la ciudad más al sur en la que vamos a estar en Etiopía. Anda pegada a orillas del fastuoso rio Omo. Uno de los pocos puentes que lo cruza se ubica en el pueblo. La situación por la proximidad con Kenia, nos  ha obligado a pasar por un control de inmigración. Los contrabandos en esta parte, están a la orden del día y el peligro de pasear por la ciudad, aunque aparentemente sea invisible es real.

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Omorate es feo. Una ciudad que es masticada, tragada y escupida por el polvo desértico. Podríamos creer que con todo el río, las plantaciones rebosan en sus orillas, y bien es cierto que existen y que las vemos al cruzarlo en sus canoas de madera cubiertas de hojas y agua, pero este oasis verde,  se muere en el poblado que da la impresión de que sacrificó su maravillosa ubicación para acabar siendo un lugar sin personalidad, sin edad, una localización que jamás levantará el vuelo debido a la desidia que provoca el demoníaco calor que azota con fuerza a sus tejados hechos de hojalata.

Pero el secreto de Omorate, está a unos pocos cientos de metros, atravesando el río y yendo a visitar a una de las tribus más simpáticas, traviesas y extrañas de Etiopía.

LOS DASSANECH
El pago por ir a ver a los Dassanech, es de unos 20 euros por cabeza. Recordemos que en Etiopía se estila mucho el modo de Pay per view, no existente por ejemplo, el sistema utilizado en Namibia con las Himbas, que llevándoles productos esenciales para la alimentación, se levantan las barreras para adentrarse en su mundo.

Tierras meridionales y semiáridas, son el hogar de los “Dassanech”. La aldea situada al otro extremo del río es muy singular. Las jóvenes semidesnudas con hermosos collares, brazaletes y coronas, visten faldas de hermosa confección y vivos colores. Estas mujeres en edad de casarse son muy bonitas. Sus sonrisas picaronas hacen que tu cámara vaya disparando y pagando. El precio después de estar un rato, empieza a bajar y es muy curioso como todas se ponen en grupo cantando al unísono perfecto, el nuevo precio y la cantidad de personas. Se nota el entrenamiento diario que hacen con el turista. Se dejan ver, que esto es una nueva forma de ganarse la vida en estos duros hogares. Su ausencia de pintura, de la crema ocre utilizada por los “Hamer”, hace que puedan parecer menos vistosas. Pero no es así. La simpatía y la belleza de sus sonrisas , apagan cualquier fuego desértico o cualquier molestia en tu lucha contra las pegajosas moscas. Evidentemente ves que sólo quieren tu dinero por las instantáneas, pero por qué no dárselo… Es un sistema válido en todo el país y puede que a algunos les moleste, pero si invirtiéramos los papeles y vinieran a nuestras casas forasteros para lincharnos a fotografías, acabaríamos cediendo en nuestra cordura.

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Lo más curioso de esta tribu son sus casas. Diferentes a todo lo visto hasta ahora. Sus tejados y paredes, con formas similares al resto, andan cubiertas de chapa metálica. Esto les confiere un aspecto marciano a una aldea de África si las miramos desde lejos. Los grandes productores cinematográficos no tendrían que esforzarse mucho si buscasen un escenario futurista con tintes apocalípticos.

A la pregunta de si esta gente se cuece dentro de sus hogares, la respuesta es afirmativa. Otras casas más descubiertas, son utilizadas como centro de reuniones, donde charlar de los problemas y también es un lugar perfecto para echar sus siestas. El motivo de utilizar tan extraño elemento es evitar que las termitas hagan de las suyas. Aquí todas las casas hechas de troncos, suelen durar unos cinco años. Pero en numerosas ocasiones, la termitas acaban devorando antes los pilares, siendo un peligro que debe de ser vigilado constantemente. Los Dassanech, con su sistema, han encontrado una solución algo tosca, contra tan diminuto enemigo. Como tradicionales que son, se niegan a usar productos químicos. Va en contra de sus costumbres y tradiciones. Además, dudo mucho que exista en el mercado tal fórmula para acabar con un ejército de estos pequeños devoradores.

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La jornada ha acabado con una parada en el mercado semanal de Turmi. Este, se diferencia del de Dimeko, porque es exclusivamente “Hamer” con esporádicas apariciones de otras etnias. En Dimeko pudimos apreciar como las relaciones mercantiles se llevaban en armonía, siendo varias tribus las que regentaban los negocios. El calor, era de una fuerza sobrecogedora. Los ocres cabellos de estas mujeres, se deshacían, haciendo un río de líquido marrón, en sus oscuras y cicatrizadas espaldas. Debéis andar con ojo. No es peligroso, pero insisto que la pesadez que generan algunas mujeres y niños, puede resultar desesperante. Una fotografía a mi compañera de viaje, ha desatado la furia de unas cuantas mujeres, pensando que el objetivo iba hacia ellas. Por supuesto no era cierto y mantengo las políticas de aquí, pagando por cada fotografía que educadamente pido. Por cinco birrs, que son 20 céntimos de euro, no generarás controversias y podrás disparar del ángulo que se te antoje.

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Si tenéis tiempo, podéis esperar a que el día aplaque su furia. Sobre las cinco y media, podéis pasear por el río central, que está totalmente seco. El camino es muy bonito y extraño. Los árboles, las pozas hechas por las Hamer para buscar agua a varios metros bajo el lecho fluvial, podrá daros un momento de tranquilidad, para respirar profundamente y sentir que el aire huele a África.

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Más imágenes de la jornada:

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Sí. Ese soy yo. El que apenas se ve

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¿¿¿¿Rodamos la ultima de Star wars????

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Un baile con mucho ritmo. Esas sonrisas tímidas y sinceras nos encandilaron

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Bingo en el mercado de Turmi. Sí, rudimentario, con pelotas de ping-pong, pero triunfaba. Los chavales tachaban en tiza los números y se lo tomaban muy en serio

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Mercado de Turmi

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Río de Turmi. Esperando mejores tiempos.