Llegada y primeras impresiones
Aeropuerto de Dubai. Las 02.00 am de la mañana. Las 00.00 am de la noche en mi país. Con el ordenador abierto y robando señal de wifi de la rácana terminal uno, estamos preparados para engullir las doce uvas de la suerte. Huyendo a ciegas de la navidad, para acabar cumpliendo una tradición navideña en un país que ni es cristiano, sino musulmán, no creo yo que lo de las uvas lo vean normal. Da lo mismo. Vamos Lourdes, ¿contamos?, no espera, se recibe la señal de nuevo, vale, ya está, empieza. ¿Estás lista?, ah claro, ¡¡¡¡ya empezó!!!!!, sigue sigue, que te alcanzo. 1,2,3,4,5,6,7,8,9,10,11 y 12…..Feliz 2017!!!!!!!!!
Recoge, que el almíbar lo pone todo perdido, ¿una cerveza para celebrarlo?, no creo que podamos permitirnos un champagne, aquí el cava ni sabrán qué diablos es. Corre que el avión sale, ya hemos cumplido nuestro objetivo, empezar el año en dos países distintos. Uno en horario asiático, surcando los cielos de algún rincón desconocido y otro “in situ” en Dubái con horario español. Si seguimos dando tumbos con el avión, puede que cada hora sean las campanadas donde pasemos. Curiosa manera de empezar este 2017 viajando. Creo que será un buen año para todos nosotros.
Taiwán y un breve resumen de lo que fue y es.
Bien es cierto que Taiwán, es conocida por una gran mayoría, debido al auge y asentamiento en la producción de las altas tecnologías durante varias décadas. Todo esto se traduce en una historia llena de giros bruscos, intentando buscar una identidad durante tanto tiempo, que no se dieron cuenta que como taiwaneses, forjaron su propia personalidad, cogiendo lo mejor de todas la culturas que durante guerras e invasiones fueron desfilando por una línea que formaría de forma casual la historia de una Taiwán única y difícil de imitar.
Si nos remontamos al principio de los tiempos, los más antiguos habitantes, los originarios, los que con sus desnudos pies pisaron primero esta frondosa isla, estaban formados por malayos y polinesios. Poco queda de ellos y podremos encontrarlos en una ínfima parte central de la isla y apenas sobreviven con lo que ganan.
Es indiscutible que Taiwán es China, como también que no lo es. El gigante asiático, jamás dará el beneplácito para tal nombramiento, pero el canijo se lo ha sabido montar de una forma tan fina que apenas puede mover ficha el gran Goliat contra el avispado David.
Con una bandera propia, un sistema monetario independiente, con unas leyes creadas y reconocidas en una constitución que no necesita de votos foráneos no deseados, “Taiwán juega al camaleón” . Un ojo mirando a Asia y otro mirando a occidente, cogiendo la vertiente que más le conviene y en el momento preciso. Podríamos tildarla de oportunista, pero la realidad es que el pueblo ha dedicado mucho sacrificio, para obtener justamente una economía estable, una seguridad comparable a la de Japón y unas igualdades entre sexos, que más quisieran en mi país.
En cuanto al independentismo del pequeño país azotado por la gigantesca sombra que se otea en el norteño horizonte, separado por una leve lengua de agua llamada Mar de China, Taiwán lo tiene claro. Ha hecho lo imposible por llevarse bien con su madre, pero cuando uno no quiere, es imposible que los acuerdos lleguen a buen puerto.
Después de estar invadida por españoles y holandeses, la cultura que más arraigó en estas fértiles tierras, fue la japonesa. Durante cincuenta años, China tuvo que dejar Taiwán bajo el mando nipón y de ese modo, zanjar unas rencillas bélicas que duraban ya demasiados años.
El idioma, sigue siendo el mandarín. La cultura y religión, es una mezcla de sintoísmo y budismo. Respetables hasta límites increíbles, los cristianos tienen su porción del pastel. Aquí, el respeto mutuo es tan eficaz, tan natural, que lo extraño sería imaginar cualquier pelea por desacuerdo de creer en diferentes dioses o seguir distintos dogmas. Con todo esto, uno acaba pensando que la tolerancia es el secreto de la pequeña nación, viviendo feliz y ajena un poco al resto de los problemas internacionales, pero no, va más allá y Taiwán posee un peso notable en muchos ámbitos y si no fuera de ese modo, China se lo habría comido como un simple aperitivo.
Primeras impresiones.
Poco puedo decir de momento en lo que llevo en el país. Mi llegada al aeropuerto internacional, venía acompañada de cansancio después de recorrer medio planeta durante dos vuelos y una interminable escala en Dubái.
Aterrizar ha sido rápido y en unos treinta minutos estábamos con el pasaporte sellado para 90 días y cogiendo información del punto más cercano que hemos encontrado.
La terminal de autobuses situada la planta inferior del aeropuerto, es la manera más económica de ir al centro de Taipéi. Por uno 150 dólares Taiwaneses (4 Euros), y con el autobús número 1819, te plantas en una hora en plena estación de trenes, un muy buen punto para coger el metro e ir donde tengas el hostal.
Nosotros afortunadamente lo teníamos a pie desde la estación central de trenes. El hotel en cuestión se llama Morwing Hotel y nos ha costado la friolera de 60 Euros la noche. La habitación, siguiendo los estandartes asiáticos para mochileros, son pequeñas, pero equipadas con todo tipo de electrónica, lavabos robotizados y la situación de éste precisamente es inmejorable.
Si buscáis algo diferente y económico, podéis optar por compartir cuartos y dormir en cápsulas o literas. A nosotros, nos va bien lo que hemos elegido.
Sin rumbo porque ya era de noche, queríamos acercarnos un poco a la ciudad. Sin propósitos, ni objetivos concretos, hemos acabado sin quererlo en una zona comercial llamada Ximen. El ambiente era de auténtico caos asiático pero con un orden parecido al visto en países como Corea o Japón. Me ha gustado de momento la honda en la que me ha dejado y sigo pensando que Asia, sigue en su línea de embaucarme cuando quiere y como quiere.
Empezamos nuestra aventura por otro desconocido para la mayoría. Con ganas de sacarnos de dudas, mañana partiremos a comernos una buena parte de la ciudad e intentar dar el salto dentro de unos días hacía otras latitudes lejanas, para clarificar si Taiwán como solitario país merece de por sí un solo viaje.