Acompáñame a descubrir el secreto oculto de las Pirámides de Egipto, el porqué de su éxito a nivel mundial, sus rarezas, sus trucos para poder hacer de tu visita turística, una pequeña aventura. Averigua qué hacer y qué no para llegar desde El Cairo sin problemas. Sigue mis consejos, evita mis errores y podrás disfrutar de un viaje a un pasado faraónico, lleno de belleza y misterios. En este artículo encontrarás todo lo que hice en mi jornada al complejo arqueológico más conocido del planeta. (Viaje realizado en mayo de 2012)
Tal y como estaba el patio, después de visitar el Museo Egipcio y quedarme sin palabras por la riqueza de sus reliquias, decidí que tocaba planear mi ruta en la siguiente jornada hacia las míticas pirámides. Puede que en el mundo haya civilizaciones que levanten pasiones. Confabulaciones acerca de si son de este mundo o vete tú a saber de dónde proceden. En mi opinión no hay más que pura historia hecha por la inteligencia humana. Nos encanta creer que los únicos listos de la clase somos nosotros, los que ahora pisamos un suelo que lleva las huellas de miles de años de evolución.
En latino América tenemos un gran surtido de ruinas descubiertas tanto de los Mayas, los Incas o los Aztecas, por nombrar las más conocidas. Estas grandes y misteriosas construcciones, pueden abrir tantos interrogantes a los que las hayan visitado que sin darse cuenta, uno acaba metido de lleno en investigaciones “post-viaje”, haciendo que un simple viaje a Perú, Guatemala o México acabe convirtiéndose en una obsesión.
De acuerdo. Pero es innegable, que las pasiones que levanta la cultura egipcia es la más apasionante que la humanidad parió. Las pirámides, con justicia, son de una envergadura difícil de asimilar cuando acabas viéndolas delante de ti. La imagen más vista en mi infancia, cuando los viajes quedaba fuera del alcance de la mayoría de los españoles, eran sin duda alguna, la del Taj Mahal y la de la inerte vigía de la Esfinge con sus grandes pirámides a su espalda, custodiadas por las arenas del desierto.
No es de extrañar, que muchos viajeros, se queden mirándolas, como atontados porque el sueño de todo niño con un mínimo de espíritu aventurero era visitar Egipto. Ahora de adultos, toca dar el salto. Nosotros los europeos, no sabemos lo afortunados que somos, teniendo Egipto a un tiro de piedra.
Hablemos de las pirámides de Guiza. Las más conocidas. Recordemos que de las siete maravillas del mundo, éstas son las más antiguas.
Con una altura de 146 metros y una longitud de aproximadamente 230 metros, no resulta extraño quedarte un poco fuera de lugar al inclinar el cuello y buscar la cima de la Pirámide madre.
En plena revolución popular (2012) como conté en mi primer artículo, alquilé un taxi para que me llevara desde El Cairo. Por supuesto que llegar no fue fácil. Jóvenes y no tan jóvenes, tenían el olfato tan afinado, que se subían al capó de mi taxi en un intento fallido de atropello simulado, para que el conductor parara y poder de alguna manera subirse a mi lado para prestarme sus servicios como guía, para venderme vete tú a saber qué. Harto de tanto intento de timo y de una inquebrantable fe por parte de los egipcios de que el extranjero es rico, ante la inexplicable torpeza de mi conductor, frente a un atroz tráfico contaminando toda la capital acústicamente, amenacé y grité con toda mi energía para que acelerara ante cualquier nuevo polizonte.
Después de tanto trabajo, llegué a tiempo de poder entrar en la Pirámide de Keops, la principal y la que abren a primera hora de la mañana para que los primeros 250 visitantes entren directos a su estómago. Sorprendido por el poco turismo, sin colas y con una enorme oferta de servicios a falta de demanda, los gritos de los camelleros se entremezclaban con las voces de los guías oficiales y estas eran casi amortiguadas con las autoritarias amenazas policiales por negarte a pagar una propina “voluntaria”, por hacer fotografías. Podríamos pensar que mi cara es la que peca en este relato. Puede, pero ni soy rubio ni tengo ojos azules y en la mayoría de mis viajes paso totalmente desapercibido. Imaginaros como deberían pecar los 50 turistas procedentes del norte de Europa que en mi paseo encontré y que ya no sabían dónde meterse para librarse de tanto acoso ante el goloso olor que deprende el dólar.
Pese a tanto inconveniente, la visita es algo viable. Más aún. Algo increíble y difícil de olvidar. Si aguantamos los primeros 30 minutos de asalto, el resto es pan comido. Los mismos vendedores de “vete a saber tú”, acaban por acostumbrase a tu compañía rácana y deciden no perder más tiempo con personas descatalogadas y puestas en la lista negra de “non money”.
El interior se puede visitar pagando un suplemento. Puede que caro para ciertos bolsillos, pero señores, no se viene a Egipto cada año. El tour que hice yo, fue por mi cuenta y con una guía detallada previamente traída de España. La Necrópolis, la Esfinge y los alrededores son de una belleza incuestionable.
Después de que los picarones dejasen paz a mi paso, decidí contratar a un camellero para que me diera una pequeña vuelta por el desierto. Sé que puede parecer una tontería, pero creo que sin ese paseo, las pirámides hubieran tenido la mitad de éxito en mis memorias. El precio pactado por un simpático joven egipcio fue algo elevado, pero me prometió encontrar hasta un océano en mitad del Sáhara. Aunque no le creí en una palabra, me mostró unas fotografías insuperables de todas las pirámides que ante mí se levantaban. No las tres conocidas, sino el resto de las más pequeñas apenas visibles desde según que ángulos.
Pues arrancamos los dos subidos en su quejica camello llamado Mickey Mouse, que más que caminar, daba saltitos, hasta el punto de casi tirarme al suelo varias veces. Una hora después como él me prometió, encontramos no el océano, pero sí a unos bonachones camelleros preparando té en una fogata al que me invitaron sin cobrarme nada. La conversación entre nosotros fue fluida. Me sorprendió el buen nivel de inglés que poseían y por supuesto acabé comprando una refrescante y necesaria coca cola a uno de los chavales que andaban sonriendo todo el rato por mi presencia.
Acabado el descanso, me despedí de ellos y mi camellero y yo fuimos directos a una duna donde las vistas del complejo faraónico eran tremendas. Unas fotos con mis dos nuevos amigos (camellero y camello), hizo que mi paseo aquella mañana al punto más famoso del país acabara en un excelente como nota, pese a los incidentes con los que había empezado la jornada.
Todavía me quedaba volver de nuevo, cuando la noche se hubiera cenado a todo el desierto, para poder ver el espectáculo de luces que con tanto esmero habían creado, para hacer una recreación histórica audio visual de los tiempos faraónicos, explicando su simbología, los personajes que hicieron posible tal “faraónica” obra y el posicionamiento de las pirámides, que tantas especulaciones han levantado durante décadas entre los más “sabios” del esoterismo. El pase, te permite ver una vez el show, pero si nos ponemos en la terraza que da a las Pirámides, dentro del complejo, pidiendo un simple té, podremos repetir de nuevo. Mi primer pase fue en inglés, el segundo, algo tarde fue en español. Intentaron echarme sin pudor, pero mis dos Euros en el restaurante hicieron una causa/efecto inmediato.
Llegar por la noche fue una odisea de nuevos incidentes por mi culpa. Debido a una terquedad que a menudo me nace en el momento menos oportuno, quise llegar a Guiza, sin taxis, sólo moviéndome por los barrios más marginales de la periferia en transporte público. Sin embargo, el regreso al hotel después de ver el espectáculo nocturno, pese a ser muy tarde, fue rápido y sin incidentes . Un anciano taxista me llevó después de ayudarle a arrancar su destartalado vehículo empujándolo con otros conductores. Esta vez no me tomó el pelo con el cambio como habían hecho los seis taxistas anteriormente cogidos y por ese hecho, le dejé una buena propina.
Egipto es duro si uno va por su cuenta. Aquí no hay vuelta de hoja, ni posibles soluciones. Debéis esperar lo peor para llevaros quizá una sensación mejor. Olvidaros de pasar desapercibidos e id con mucho cuidado, dependiendo de las zonas. No voy a ser alarmista pero sí realista. Ir a las pirámides de noche en metro para luego coger un autobús, fue una locura que casi me cuesta el reloj llevándome de regalo unos cuantos gritos recriminatorios, cuando me vieron haciendo una fotografía a una sencilla calle. Otro claro ejemplo, fue caminar a la salida del museo egipcio y ver un atraco con navaja en mano a un joven estudiante egipcio. En la famosa plaza El-Tahrir, unos individuos intentaron en vano quitarme el pasaporte haciéndose pasar por policías falsos. Un buen grito pidiendo que se documentaran y un paso ligero alejándome ante cualquier respuesta, puso fin a este nuevo incidente. Fueron cosas que recién llegado a la capital cairota, me impactaron mucho y fueron alterando mi estado de ánimo, lo que me hizo caminar por la polvorienta ciudad con extrema cautela al principio.
Pero tranquilos. Al cabo de tres días, le había tomado tacto a la ciudad. A su metro, sus autobuses y a sus enormes e interminables mercados rebosantes de productos y mareas humanas. Fue entonces cuando El Cairo me empezó a gustar, me empezó a enganchar y dejé de lado muchos prejuicios fundados al llegar, fijándome tan solo en la riqueza incuestionable que ofrece esta capital al visitante, para acabar convirtiéndose al cabo de siete días en uno de mis lugares favoritos.
Quien me lo hubiera dicho el primer día….
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