CAMINO A TARAZONA DE LA MANCHA
Con los cuatro días por delante, la Semana Santa ha sido para mí, una breve pero necesitada escapada. Pedía a gritos una huida a ciegas, porque estaba sufriendo el ahogamiento del día a día. Sin viajes desde hace tres meses, no había buenas expectativas económicas, ni logísticas, para desaparecer tras las fronteras y regresar en tan sólo cuatro días.
Mis reglas son muy simples en cuanto aparecen estas fechas en mi calendario. Evitar a toda costa volar al extranjero y creer de nuevo en mi país para darle una nueva oportunidad para que me desaliente, me desanime, pero siempre ocurre lo contrario, España, mi tierra, me hace sentir que sigo vivo, que cada tras curva encontraré, un castillo, una milenaria iglesia o un pueblo pintoresco y me asaltará sin escrúpulos, dejando en mi cara dibujada una sonrisa de felicidad y satisfacción.
Esta vez, la elegida fue Tarazona de la Mancha. No entraba en mis planes, pero un lleno absoluto en Alcalá de Júcar, hizo que virara mi estancia, unos cincuenta kilómetros al noroeste, en medio del llano manchego.
El viaje fue lo realmente duro y emocionante. Unos seiscientos cincuenta kilómetros de ida en motocicleta, supusieron todo un reto físico y emocional. A punto estuve de abandonar la idea de hacerlo y coger mi coche acobardándome, pero todo hubiera sido diferente, fácil y algo absurdo, según mis estandartes viajeros en territorio nacional.
Saliendo de Barcelona, crucé toda Tarragona, atravesé Castellón, para finalmente tomar un desvío en Valencia, que me llevara hacia Albacete. Saliendo de las comunidades costeras, todo fue más sencillo y cada pueblo, una buena dosis de una España profunda, que poco o nada tiene que ver, con los que venimos de la grandes ciudades.
Tarazona de la Mancha, se abrió ante mí, sorprendentemente, con un leve chaparrón de bienvenida, como un lugar lleno de vida. Puede que la Semana Santa, diera un empujón a sus habitantes a salir por las calles y llenar esa preciosa plaza única o que el buen tiempo haya sido el cómplice perfecto en estos cuatro días, dejando llenos absolutos en todos los puntos costeros y pirenaicos, pero estaba en Castilla la Mancha, en un pueblo dedicado a la agricultura y privado de una economía industrial, por culpa de los mismos de siempre, los políticos, llenando sus urnas de votos con promesas vacías, jugando con la esperanza de la gente, creyendo que el cambio llegaría, pero que jamás acabó asomando por esos lares, cubiertos de campos cultivados y de escasos polígonos industriales, dedicándose a una economía más cómoda, menos sacrificada y más lucrativa.
Plaza de Tarazona de la Mancha de día y de noche
En Tarazona, creo yo, dejaron de creer y se resignan a ello, cultivando frutos secos como el pistacho y la almendra, pudiendo enfocar en estos mercados al alza y mejor pagados, sus últimos cartuchos para salir disparados hacia un futuro mejor y no caer en un estancamiento, que podría significar su muerte.
Su plaza del siglo XVII, hermosa como pocas, fue declarada Conjunto Histórico Artístico Nacional. Destaca su balconaje corrido de madera y las esquinas con arcos de sillería que se abren camino a las calles adyacentes. Su ayuntamiento entona con la arquitectura, pero su iglesia rompe con la homogeneidad de todo el conjunto, siendo desmesurada y de diferente color.
Los restaurantes que encontraremos, son para todos los gustos y precios, y no honrar la cocina nacional en un pueblo de la Mancha, puede considerarse un pecado. Sus tiendecitas de toda la vida, van modernizándose pero no exageradamente. Muchas de ellas mantienen sus entradas originales, barnizando esa madera ancestral, dando una sensación de frescor a la plaza, no poniendo en duda, que este lugar lleve siglos siendo el punto neurálgico de un pueblo.
La Semana Santa y sus celebraciones, siempre me han parecido exageradas. Pero en Aragón y Castilla la Mancha, los tambores toman una importancia mayor, cubriendo a menudo los llantos de los feligreses más sensibles, por ver a la virgen desfilando por las calles. En Tarazona, la procesión me sorprendió de manera muy grata. Unas cinco cofradías hicieron su paseo nocturno, entre pesadas carrozas, portando representaciones de la pasión de Cristo, entre trompetas, flautas, clarinetes y esos ritmos pausados que caracterizan los tambores en estas latitudes de España. Los pasos calculados, las posiciones estudiadas y las marchas ensayadas durante varios meses previos al desenlace, hacen que merezca la pena venir a verlo, seas o no creyente. El ambiente, respetuoso y silencioso, invita a meterte de lleno en un círculo involuntario religioso, donde la crucifixión y la muerte del mesías es celebrada con tristeza y mucho ahínco. Las marchas fúnebres no dejarán indiferente a nadie que venga de lugares donde estos rituales sean menores.
Espero que mi visión de nuestro cristianismo no ofenda a nadie. Considerado con las tradiciones, sólo juzgo el lado turístico sin meterme en otras cuestiones más profundas, por las cuales, la máxima regla, es el respeto hacia cualquier religión y creencia.
LA MANCHUELA – ALCALÁ DE JÚCAR – JORQUERA
¿Qué hacer cuando un pueblo se te queda pequeño en un día? Fácil. Buscar salidas en oficinas de turismo e informarte qué puedes ver en la zona. Yo tenía bastante claro que visitar Alcalá de Júcar era mi prioridad. Lo que no sabía, era que este pueblo, quedaba en medio de una comarca llamada La Manchuela.
Conseguir un mapa, diría que es imprescindible. Hacerlo en coche, puede ser llevadero, pero la moto te da una libertad absoluta para llegar y aparcar donde buenamente te dé la gana.
A unos cincuenta kilómetros de Tarazona, entramos de lleno en esta comarca, cargada de sorpresas y desconocida para la mayoría. Debo decir que precisamente Alcalá, estaba a rebosar de turistas manchegos y que la feria medieval que habían montado, le daba al lugar un aire tan evocador, que es imposible salir indiferente. Puede que una mañana no sea suficiente para visitarlo entero. El pueblo anclado en la roca caliza de la montaña, parece de película. Su castillo, totalmente reformado, sus casas blancas anexas a la roca y sus empinadas calles, hacen que un paseo, resulte agotador. Sería recomendable, visitar primero el Castillo, bajar en moto, aparcar en el río Júcar y subir hasta donde los pies nos lleven. Las actividades a realizar, son numerosas. Podemos pegarnos un chapuzón en el río, hacer rafting, kayak, senderismo o basar nuestra estancia en una visita simplemente cultural, visitando la plaza de toros, la iglesia, sus cuevas y las hermosas casas que orientan sus balcones a unas vistas de imponente belleza.
Los precios no son baratos para comer, pero merece la pena hacer una comida y probar el arroz con conejo, muy típico en la zona.
Nosotros, decidimos desde que entramos en La Manchuela, atravesarlo en moto de Este a Oeste. Unas recomendaciones por parte de la oficina de turismo, avisándonos del riesgo en las estrechas carreteras, encendieron mi chivato interno de peligro. De ese modo, fui despacio hasta el bonito pueblo de Jorquera, teniendo el verdoso río Júcar a mi lado. Después de Jorquera, todo son pueblos tan pequeños, que apenas en treinta segundos atravesabas sobre dos ruedas sus límites. El paisaje con la montaña cayendo en picado a nuestro lado, daba una base perfecta para que las casas posaran sus cimientos, dudando en más de una ocasión si la cosa aguantaría un día más.
Atravesar La Manchuela fue lo mejor de esta ruta que hicimos durante los cuatro días por Castilla la Mancha.
Una breve escapada a última hora, me mostró a una ciudad de Albacete adormilada, entre procesiones algo pobres y sosas, sin público alguno. Puede que estuvieran visitando como yo esa tierra tan misteriosa y bella que poseen. Puede que estuvieran redescubriendo un nuevo pueblo que te dejara enganchado como lo hizo Alcalá de Júcar en mí. Pero lo que se dice Albacete, debería ir un fin de semana normal para tener una opinión más objetiva.
EL REGRESO
Delante nuestro, se abría un largo camino de regreso. Me negaba como siempre a volver por el mismo lugar que había venido días atrás, tomando la arriesgada decisión de atravesar Aragón hasta Tarragona. La idea era evitar peajes y autovías, para empaparnos aún más de esa magia que tiene mi provincia favorita. El camino desde Tarazona a Teruel, fue muy llevadero. De Teruel a Alcañiz, la cosa se endureció, y jamás acabábamos de llegar. Sabíamos que nos quedaban muchos kilómetros por delante cabalgando sobre la Yamaha y la paciencia en mi cabeza estaba totalmente instalada sin hacer ruido. Pero el cansancio físico empezó a hacer estragos en todas las articulaciones de mi cuerpo. Una vez en Alcañiz, pusimos tanto empeño en ir descansando cada 40 kilómetros, que lo que se iba a ser un viaje de unas ocho horas, se convirtió en uno de doce.
CONCLUSIÓN
Fácil. España nunca me decepciona. Increíble e inmensamente rica en cultura, siempre se deja llevar. Puede que el coste de viajar por nuestro país sea muy elevado. Que la gasolina no esté barata. Que dormir sea caro. Pero comer, se come bien a buen precio y qué decir de esos pueblos que amarran sus costumbres, adaptándolas al turismo, para que gente como yo, pueda disfrutar y decir que mi país es de los más sorprendentes del mundo.
Y sí, cómo iba a faltar esa frase tan conocida:
“En un Lugar de la Mancha de cuyo nombre SI quiero acordarme….”
Seguimos viajando por España sobre dos ruedas
Entender el viaje a través de la fotografía:
Feria medieval en Alcalá de Júcar
Una dura llegada a Alcalá de Júcar
Bello y sorprendente, Alcalá de Júcar
El regreso. Duro pero inolvidable