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Parece que fue ayer cuando atravesé desde Cartagena de Indias a Panamá por un océano endurecido. El Caribe, que bien suena. Seamos conscientes que para hacer esta travesía hace falta valor, dejando nuestras vidas en manos de locos capitanes que apenas conocemos y son famosos por sus locuras bañadas algunas veces por la soledad del marinero.

Si me preguntasen cuál es el mejor modo de atravesar ese respetable trozo de agua que separa ambos países, indudablemente diría que hacerlo en velero es una experiencia única y que pocas veces estaremos tan cerca de poder ver uno de los paraísos más bellos que posee latino américa. Sé que lo relativo en los viajes es tan normal que roza lo absurdo.

¿Qué es el paraíso para un viajero? Para unos son los picos nevados de las montañas, para otros las densas junglas, muchos prefieren esas playas de arena virgen que apenas se mueven en el tiempo y donde el turismo apenas irrumpe con su descubrimiento. Para mí, no existe un lugar especial en este planeta. Hay miles. Puede que la belleza de los desiertos me haya cautivado desde bien pequeño y que las solitarias dunas golpeen mi corazón sediento de aventura. Pero es indudable que San Blas, un archipiélago de unas 400 islas en medio del Mar Caribe sea el estándar para la mayoría de los turistas, como un paraíso que prohíbe con su naturaleza, defraudar al más exigente.

Mi aventura no estuvo exenta de problemas. Es más, creí que alguna vez íbamos a ser tragados por las profundidades que alcanzó el barco cuando perdidos durante dos días de navegación, las olas se empeñaron en hacer un pulso al cascarón navegante. A veces me cuestionaba si el capitán erraba en las coordenadas, pero sus señales inequívocas de felicidad, señalando el GPS, daban la tranquilidad que el balanceo te quitaba cada diez minutos.

La tripulación, formada por una cocinera francesa y un colombiano como grumete, era de lo más encantadora. El capitán, polaco y los pasajeros, de todas las nacionalidades posibles, hacían que distintos idiomas se mezclaran en la cubierta, teniendo siempre como palabra clave, una sonrisa en los labios.

Aquellos días de San Blas, parecen lejanos. Ahora recuerdo que todo estaba bien para nosotros. No era posible ducharse, apenas podías dormir por el aplastante calor que durante las noches recorría las tripas del pequeño barquito. Unos ventiladores ruidosos y oxidados, no eran adversarios dignos para las altas temperaturas y mientras navegábamos, era de suma importancia que todos los mochileros nos metiéramos en esos pocos metros cuadrados que parían camas por todas las esquinas, viendo que algún ingeniero en náutica, inventó los hacinamientos marítimos hace muchos años.

¿Mochileros?¿Hacinamiento? Por supuesto. No creamos que todos los viajeros independientes que vayan ahorrando dinero para alargar su estancia en América del Sur pueden permitirse el lujo de pagar 550 dólares por seis días cruzando el Caribe. A mi modo de verlo, es caro, pero no estaba precisamente viajando por un tiempo muy largo y el punto final de mi expedición, debía acabar allí, sí o sí.

Con mi edad, me sentí algo mayor frente a mis nuevos compañeros de travesía que calzaban entre sus enseres personales,  docenas de botellas de ron añejo, centenas de coca colas y un aparente número infinito de latas de cerveza. Estos jóvenes no tenían límite y  me cuestioné que estuvieran disfrutando del viaje como yo lo hice. El ambiente era bueno y ninguno hablaba español, con lo que las conversaciones con Lourdes eran realmente íntimas. Sólo la diferencia entre estar sobrio y ebrio marcaba la diferencia del viaje. Concienciarme en no caer en ese bucle de juventud desenfrenada a la luz de la luna, poniendo los pies en la tierra sabiendo que el enfoque era distinto desde mi perspectiva, hizo que navegar, tan odiado por mí, se convirtiera en algo tan hermoso que no puedo ahora olvidar.

Fueran las cuatro en plena madrugada o las doce de la noche, asomaba mi curiosidad por la débil barandilla de la embarcación, observando la oscuridad y el misterio en su más puro estado. El mar se traga a menudo los sueños para escupir pesadillas, pero en aquella danza acuática, entre las conversaciones a menudo cordiales con otros tripulantes, me sentí a gusto, me sentí libre. La sensación que obtuve en aquellas noches tapados por la densa negrura fue tan difícil de explicar que acabé obviando sin quererlo, que me convertí en apenas dos días, en un amante del mar.

Os dejo un diario que escribí mientras íbamos navegando y recorriendo las islas. Tal cual lo redacté, lo publico, para no perder ningún detalle que iba surgiendo mientras el viento nos arrastraba hacia tierras panameñas.

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CUADERNO DE BITÁCORA

27 de agosto

Pocas cosas pueden parecer más surrealistas que el conocer al capitán que nos va a llevar en barco durante casi seis días hacia Panamá. La fotografía de la página web, no corresponde a su aspecto y juraría que es el mismo. El tipo que se ha presentado, parece muy simpático, pero con sus rastas, barba sucia y sus vestimentas, si me hubiera pedido una limosna, se la hubiera dado sin dudarlo. Me lo encuentro tirado, durmiendo en una calle y encaja perfectamente en el paisaje miserable de la Colombia oscura, la Cartagena que va de la mano con el mercado Bazurto.

Vamos a darle el beneficio de la duda y guiémonos por el dicho de que las apariencias engañan, porque si no nos agarramos a eso, podríamos decir que nos vamos a pique.

No tengo ni idea, cómo nos irá esta nueva aventura jamás realizada. Nunca he hecho algo semejante. Soy amante del mar, pero sinceramente odio navegar porque me parece sencillamente aburrido. Dejémonos llevar por la ilusión que llegaremos a Panamá en dos días después de estar dos días navegando en alta mar sin ver absolutamente nada o mejor dicho, viendo el infinito horizonte sin desfilar, sin cambiar, como si de una losa perpetua se tratase, sin dar paso a novedades o sorpresas. Puede que esa sea la sorpresa, la calma, la soledad en el profundo azul del océano caribe, pero de eso no puedo opinar, porque como he dicho, jamás he realizado semejante empresa.

Las incomodidades están servidas. Falta de intimidad, horarios impuestos y reglas de convivencia que he intentado evitar durante mis últimos viajes, no durmiendo jamás en dormitorios compartidos. Pero esto es diferente y la única manera de atacar a Panamá es por vía marítima, sino me quedaría a las puertas del archipiélago San Blas desde la península no pudiendo llegar a su epicentro geográfico.

Hoy nos hemos despertado temprano y nos hemos ido al mercado Bazurto. Hay que ser muy loco para perderse por ese lugar olvidado en la agenda de algún Dios borracho, que empezó a hacerlo y no lo acabó. Aquello es un antro lleno de emocionantes tiendas por llamarlo de alguna manera, con pestilentes carnes, pescados, frutas y cientos de artículos. Como bien dice la Lonely Planet, hay que abstenerse de ir si uno es delicado de estómago, pero que si tu alma aventurera no mengua durante el viaje, debes hacer e investigar entre sus callejuelas.

No estaba tenso, pero debía ir con mil ojos porque la fama del lugar no es muy buena. Los pobres parecían sacados de las gargantas del infierno o simplemente de la jodidamente jodida Bogotá. A menudo no sabías si el mendigo iba y venía o vendía, porque la pobreza andaba por el mismo camino que los vendedores y compradores. Nadie, absolutamente nadie nos ha dicho nada, ni nos ha pedido nada, sencillamente ofrecían sus productos como si de dos propietarios de algún restaurante turístico fuésemos o eso es lo que me ha parecido a mí. Eso y mucho más, son motivos suficientes para darse una vuelta y ver como el cartagenero vive su día a día, sin mascaras hechas murallas históricas, sin tapar la boca de los necesitados con restaurantes bajo balcones coloniales o carruajes impolutos al trote,  corriendo por la ciudad antigua sonando fuerte bajo las adoquinadas callejuelas,  tapando el sonido de la miseria humana que desprenden los lugares menos turísticos del país.

Lo uno sin lo otro tampoco. Sé que Cartagena es famosa por lo bonito y no por lo feo. Si no fuera por esta balanza, Cartagena sería otro basurero sin futuro de América Latina. Por eso Cartagena enamora, porque te da lo que quieres ver. Si miras a un lado para ver historia, la ves. Si buscas realidad urbana, sal, camina y tranquilo que ella te encuentra. Si buscas lujos, con la plata aquí todo es posible.

Después de la gran visita al mercado, hemos ido a la ciudad vieja y hemos seguido disfrutando de la seguridad, de la tranquilidad y de sus bonitos museos como el de la inquisición.

Una siesta nos ha conectado de nuevo con el mundo de los vivos. Andábamos cansados. Hoy el calor ha apretado mucho. Por la tarde un paseo por el barrio de Getsemaní nos ha brindado la posibilidad de ver los encantos tras la muralla. Getsemaní mucho menos atractivo que la ciudad vieja no deja de ser encantador. Lleno de baratos hostales, puedes ver encanto en sus calles un poco acompasadas con el ambiente cartagenero. No tienen la clase de las grandes mansiones, pero el intento queda en un bonito resultado de coquetones lugares estrechos por los que pasear.

A las siete hemos ido a la reunión del barco y poca cosa más.

Mañana intentaré escribir desde el barco, porque cinco días sin escribir para luego recordarlo todo es sumamente difícil.

Bueno….mañana podré cantar…..con el viento a toda vela…..

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28 de agosto

Estamos metidos en un barco. Un velero que poco puede hacer uso de sus velas, haciendo rugir su motor lleno de caballos hacia el horizonte oscuro de la noche. Es una locura, pero es divertido hasta que el mareo hace acto de presencia, jodiéndolo todo y haciendo de este viaje una pesadilla sin fin. Yo atrincherado en mi litera, veo a chavales jóvenes beber cerveza y marearse. No importa cuántas veces vomiten, siguen llenando sus barrigas para luego volver a vaciarlas. Es la juventud.

Lourdes, está mareada. Está pasando un mal rato, pero yo intuía que el mar iba a estar así de revuelto, viniendo predispuesto a pasar el mal trago y tirar hacia delante. Recuerdo ir con mi padre a la barca y haber marejada. Uno acababa fatal, tirando a la basura todas la ilusiones puestas al inicio del viaje.

Nuestro loco capitán, con su pinta, no es digno de confianza. De momento, todo es correcto, la gente muy educada aunque casi nadie hable nuestro idioma. Atravesar la frontera marítima de dos países por el caribe, tiene una nota romántica, pero siendo más realistas, es para almas muy aventureras. Alta mar, es duro, el barco como si de una cáscara de nuez se tratara, se mece con el oleaje que según nuestro capitán es suave y bueno. No quiero pensar cuando las olas alcancen proporciones bíblicas.

Hoy hemos caminado todo el día, Cartagena arriba Cartagena abajo. Hemos cambiado el dinero, hemos dicho adiós a Colombia casi sin darnos cuenta, porque sencillamente el viaje continua y al no haber un fin próximo, le restamos importancia a lo que realmente estamos haciendo. Estamos ni más ni menos dejando un lugar, al que probablemente jamás vuelva y que quedará como otros tantos grabado en mi corazón.

Colombia se ha portado bien con nosotros. Puede que la fama de peligroso se la merezca, pero no en las proporciones desorbitadas que la gente piensa. Primero viaja al lugar y luego opina, sino todo acaba siendo un cúmulo de especulaciones sin objetivo alguno.

Estaremos navegando un día y medio por alta mar. Puede ser muy duro, pero estoy seguro que mañana cuando amanezca, será más calmado y la gente se habrá acostumbrado a tan descomunal movimiento.

Mañana más. Hay que ser muy huevón para escribir estando como está el patio.

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Yuyu. El capitán aparentemente loco, resultó ser un magnífico navegante y un tipo muy profesional

29 de agosto

En medio de ningún lugar

Puede que resulte aburrido navegar durante todo el día en un barco. Puede incluso que sea agotador ver mar y mar hasta que el horizonte da muestras de que tras él sigue habiendo mar. Pero la experiencia está resultando al menos para mí muy estimulante. Esto es otra manera de viajar por el mundo. Casi siempre me he movido por tierra y aire, sólo utilizando los transportes marítimos para ir de un lugar a otro por un breve periodo de tiempo. Pero esto es diferente. Me dirijo a Panamá desde Colombia. Para esto hace falta meterse en alta mar, navegar sus profundas aguas de 3000 metros y rezar para que el tiempo no se porte como un chiquillo mal criado.

Ver el océano delante de ti es fascinante. Es oscuro, misterioso y en cierto modo aterrador al saber que entre tú y el suelo hay tres kilómetros donde habitan criaturas todavía por descubrir.

Esta noche hemos pasado calor, pero nada inaguantable como se pudiera uno pensar. Más calor he pasado en algunos hoteles que en un barco que te mece para acunarte y darte las buenas noches.

La gente anda con empanada mental. Todos, absolutamente todos andan estirados bajo el cobijo de una obligatoria carpa acariciados por la suave brisa que corre en estas latitudes. El barco, es grande. De casi 22 metros de longitud (65 pies), puede albergar a unas 22 personas incluida la tripulación. Aquí se trata de aguantar el mareo a base de pastillas y dejarte llevar no por el reloj, sino por las ganas que uno tenga para descansar. Tan solo rotos los tiempos libres por el desayuno, comida y cena puedes intuir qué hora es, pero en realidad de nada sirve, porque los horarios mentales, sólo los decide uno en su interior.

Odiaba navegar, pero esta vez es diferente. Me quedo embobado mirando el océano, preguntándome cómo tuvieron la valentía los antiguos marineros,  de atravesar el atlántico tan solo con ayuda del viento. Difícil de creer, pero hay que estar en medio de estas bravas aguas para preguntarte cómo fue posible tan colosal empresa.

Ahora ando metido en la barriga del velero, con los camarotes vacíos sintiéndome a gusto por la decisión tomada de coger la travesía marítima, que aunque cara, a fin de cuentas me hubiera salido casi igual, ir por la parte de Montería y Turbo.

Colombia ya forma parte de viajes realizados. Panamá será algo superficial en mi visita, porque sólo tocaré los Guna Yala y la capital, pero pienso que es lo mejor que puedo hacer de este desconocido país.

Ahora son las 14.54 y el tiempo no corre, pero el barco sí. Si todo va bien, llegaremos a San Blas esta noche, con lo que podremos estar en las islas mañana por la mañana. Espero que podamos disfrutar de unas buenas vistas bajo las aguas.

El fin del viaje ya asoma un poco por la retaguardia queriéndome alcanzar, pero no lo permitiré hasta que me vaya de vuelta a  Europa el 5 de septiembre.

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30 de Agosto

Un paraíso encontrado

Por fin hemos llegado a San Blas. Aunque no puedo hablar mucho de la cultura Guna Yala, al menos he tenido contacto indirecto con una familia que es propietaria de la isla en la que hemos estado. Como dos infectados, Lourdes y yo, somos los únicos que no bebemos alcohol en este viaje. A mí, porque sencillamente no me apetece y no voy a dar la nota porque el resto con su juventud quieren quemar los cartuchos desde que subimos al velero. Yo ya los quemé y requetequemé.

Hace un instante se ha ido la tripulación a la fiesta de la playa con lo que el barco ha quedado a nuestra entera disposición. Como se podrá imaginar uno, hemos hecho buen uso del tiempo que hemos estado solos. Creo que es la primera vez que como langosta y que vivo uno de los momentos más románticos con mi pareja. En la isla, a lo lejos una hoguera, en el cielo, la Luna llena iluminando los relieves de las palmeras dando luz a las aguas levemente movidas por la brisa. El resto…..para la imaginación de cada uno.

Ahora viene el punto donde me pongo algo serio… ¿por qué estos barcos que atraviesan de Cartagena a Panamá son para borrachos y no para gente algo más seria que buscan conocer otros lugares, otras culturas y hacer el camino por mar de una forma más auténtica sin enturbiar los pensamientos con litros de ron?

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     Tengo un conflicto interno. Siempre presumiendo de mochila y ahora me doy cuenta que no pertenezco a ese mundo. Quizás la edad y la experiencia, la independencia económica me hayan hecho convertirme en un viajero casual, que acaba buscando otras cosas que de joven pasé por alto. Puede que haya dado la casualidad que haya topado con los pasajeros más bebedores del mundo y que el resto que yo desconozco en otros barcos vayan de otro rollo.

Hoy, en aguas panameñas, con una luna llena en todo su esplendor, con una fogata de indios borrachos en las sombras de la isla que tengo a mi derecha, puedo decir que San Blas, es un paraíso. EL problema, es que con tantas islas que tiene, sólo visitamos un par por día y ya veremos mañana cómo amanece con la resaca de los chavales.

De todas maneras, estas dos islas son trocitos de paraíso a lo bestia. Están tal y como las puso Dios en la tierra. Sus cálidas aguas con peces, tiburones, calamares y barracudas, te dan el aviso, que llegaste a un Caribe salvaje y auténtico.

Todo el día hemos ido haciendo snorkel y viendo el coral que el mar alberga tras su cortina azul. La arena de sus playas plagadas de cocos, te recibe como un suave colchón, con un blanco pasmoso y dañino para los ojos a causa del brillo cegador. Estas playas son puras, estos paisajes son puros, los que la pisamos y andamos por ellas no lo somos tanto,  pero hacemos un intento para fusionarnos sin hacer ruido con el entorno. Mañana más..

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31 de agosto

Sigo en mi paraíso

El barco sigue siendo una fiesta continua de borracheras y el ron corre más que los atunes en alta mar. No me molesta. Sinceramente van a un rollo y nosotros a otro bien distinto. ¿¿¿Mejor??? Cada cual a lo suyo. Prefiero ver como el sol cae por el horizonte en vez de beber una cerveza y pasar por alto este acto divino.

La noche pasada fue muy calurosa y como viene siendo costumbre no dormimos muy bien. Eran las seis de la mañana y yo andaba ya despierto disfrutando de las hermosas vistas desde mi balcón en medio del mar. No es por decir que esto es lo mejor, pero puede que sea uno de los paisajes que nadie debería perderse en la vida. San Blas es algo indescriptible. Sus blancas arenas, combinadas con sus acolchadas tierras, sus verdes, altas y firmes palmeras, sus cielos, sus noches y su vida submarina, hacen de este lugar, el soñado paraíso que todos buscamos y que tardamos años en encontrar. Cuanta belleza en sus horizontes, tintados con colores indescriptibles, salpicados de pequeñas islas, cada una con un encanto distinto a la anterior. Básicamente son gemelas en la lejanía, como gotas de agua idénticas. Pero poner los pies sobre ellas, es otro cantar. Uno puede buscar diferencias y no encontrarlas, pero sabes que hay algo que a cada una la hace distinta de la otra.

Sólo hemos estado en cuatro islas. Todas ellas preciosas hasta la exageración. Uno puede quedarse en la orilla, sentado mirando el infinito y disfrutar de ese momento aunque no se haga nada. Cuantos kilómetros recorridos para encontrar tal lugar. Acertada decisión el tomar el barco hacia el país panameño. Hubiera sido un gran error atacar el archipiélago por otro lugar. Esta opción es la más cómoda y la que más te ofrece, porque obligatoriamente debes atravesar toda la provincia Guna Yala para llegar a Portobello.

Hoy el día ha empezado con la muda del barco a otra zona caribeña. Una sesión de buceo, acompañada de unas compras de molas y langosta ha puesto fin a medio día. A la tarde, nos hemos acercado a la islita que había delante nuestro y allí hemos disfrutado de la soledad. Puede que suene estúpido, pero siendo 15 personas, puedes arrancar un trocito de isla y hacerla tuya. Como si de una bandera conquistadora se tratase, pones tu trasero en el agua, y nadie te molesta. De hecho y como viene siendo costumbre, la isla estaba deshabitada.

EL viaje está en el ecuador. Mañana es el último día que podremos visitar San Blas, porque por la tarde, el ancla se sube  y nos dirigiremos a Portobelo, haciendo noche mientras navegamos por el mar de los sueños.

Esta experiencia por Panamá, está siendo muy enriquecedora. No veré apenas el país, pero me llevo conmigo un trocito de su caribe, unos recuerdos imborrables y el sonido del mar meciendo nuestro barco como si de una cuna se tratase.

Cuanta magia por descubrir en el mundo…. Tardé 40 años en descubrir esta.

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01 de septiembre

Tragados por el océano

Estamos navegando por alta mar la última noche dejando a nuestra espalda el archipiélago. El oleaje es terrible y podemos decir que vamos a ser engullidos por una tormenta. Los relámpagos hacen evidente que no es bueno para surcar estas aguas, pero parece que el Wild Card es invencible o no lo es y comete el error de presumir más de lo que puede.

Es temerario y da algo de pánico asomar, observar y ver la oscuridad absoluta de la noche como se funde con el mar convirtiendo un viaje que debía ser placentero, en una travesía dura con golpes secos del casco contra las olas golpeando con toda su fuerza, haciendo vibrar a toda la tripulación.

Ahora andamos todos encerrados en la barriga del velero. Su potente motor no amaina velocidad, dejando a la buena suerte, que venga una ola más pequeña que la anterior. Puede que incluso me guste esto. Es una experiencia totalmente nueva para mí. Navegar en alta mar con un barco tan pequeño, no queda exento de sorpresas. Con 18 personas en un espacio tan pequeño, la convivencia se puede enturbiar pero por lo general todo ha salido muy bien. Aunque esta gente no tenga límite con el alcohol, podemos decir que son respetuosos, educados y aunque inexpertos viajeros, se han portado bien.

Hoy hemos visitado los Guna Yala. Hemos pisado una isla donde vivían 400. Su cultura es curiosa. Perteneciendo a Panamá, se rigen por sus leyes ancestrales. Son católicos, pero comparten sus creencias pasadas. La mujeres trabajan tejiendo, los hombres pescando y los niños van al colegio, aunque muy precariamente.

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El comportamiento hacia el turista es muy bueno. Saben que viven de ello y lo cuidan con extrema precaución, siendo en todo momento muy educados  y curiosos.

Hoy también hemos arreglado los papeles para pasar la frontera, bueno, los ha arreglado el capitán Yuyu. Mientras todo el papeleo se tramitaba, hemos bajado a la isla a jugar un poco a vóley futbol y a nadar un poco para ver miles de peces pequeños en bancos enormes.

Mañana llegamos a tierra firme. Dejamos el archipiélago con un sobresaliente como nota. Sigo pensando que ha sido una gran idea hacer toda esta zona por barco  y que pese al dinero que cuesta, han sido todo ventajas.

Por supuesto hemos encontrado gente en el mar que viaja por meses. Pero te das cuenta que su economía dependiente de sus familias  no se amolda  a nuestros patrones. Ni fui, ni soy ni seré de familia adinerada, con lo que admitiendo esa carencia, podemos decir que aún la fortuna me sonríe porque sigo viajando.

En la isla hemos encontrado a un catalán que se había quedado atrapado física y mentalmente en San Blas. La cuestión no es acabar como él, medio loco, pero extrañamente feliz a su manera. Contento de estar donde estaba y que la vida pase que ya me espero yo aquí. Menudo personaje.

*La historia del Capitán Loco. (leer al final del artículo)

Si algo ha tenido este viaje, ha sido el descubrir una América del Sur totalmente distinta a la que yo conocía. Aquí el calor, contrasta con Perú, Bolivia, Chile o Argentina. Sus paisajes son hermosos, pero no exagerados como los demás. Está todo más recogido, aunque la sensación de pobreza, si profundizas solo un poquito sale por todos los rincones.

Mañana cuando escriba de nuevo debería estar en Panamá Ciudad. No sé dónde dormiremos pero algo buscaremos.

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02 de Septiembre

Llegada.

Portobello. Bonito pueblo donde al final hemos echado el ancla para desembarcar. La aventura acaba aquí. Una ducha es indispensable y la sal no hay por dónde sacarla de nuestra piel. Está adherida como el olor a mar que todos desprendemos. La conclusión es tan positiva que atrás quedarán las incomodidades de tantas borracheras y resacas, que a menudo han hecho que agarremos a alguien para que no cayera por la borda.

El capitán, resultó ser un tipo encantador y serio. Pese a sus pintas, es el claro ejemplo que afirma, lo de que las apariencias engañan. Puede que jamás vuelva a surcar estas aguas físicamente, pero en mi mente, estoy seguro que las navegaré continuamente, rememorando la belleza tan simple de sus islas.

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*La loca historia del Capitán Loco

Un descubrimiento tardío

Por qué este título? Porque conocimos a un Catalán el penúltimo día de travesía por el Caribe. El hecho no hubiera pasado de ahí, pero se veía tocado de la cabeza. Había perdido su barco y su pinta era poco más que la de un mendigo. Su brazo quemado por un accidente de barco, parecía supurar y su biblia en mano te hacía dudar de todo lo que salía por su boca.

Me dijo a modo rápido que consultara en internet sobre su barco perdido en los arrecifes para siempre. Me contó que su mujer lo dejó, más tarde Horinzon, el ayudante de la tripulación en mi barco,  me comentó que la mujer lo dejó sin plata y que andaba algo suelto de cordura.

Mi sorpresa ha sido que como de costumbre, mi curiosidad me ha llevado a investigar sobre su barco y su vida profesional. La gente habla muy bien de él. En sus travesías utilizaba nuevas rutas para que sus pasajeros disfrutaran de nuevos rincones sin explorar por el turismo. Su acercamiento a los Guna Yala, eran ciertos como me contó, siendo pionero en comer y hospedarse en las casas de las comunidades. Vamos, que era un auténtico marinero, que fue capaz de llevar a vela su barco desde Cartagena a San Blas, algo casi imposible de realizar por otros capitanes.

Todo esto me ha hecho pensar mucho en la desgracia que ha caído. Me arrepiento de haber sido algo tosco con él, juzgándole a la distancia cuando le vi la primera vez, intentando evitar el contacto visual, hasta que las pequeñas dimensiones de la isla, hicieron obligatoria una conversación personal. No entiendo cómo le ha ocurrido semejante desgracia. No contar con dinero, con mujer y tampoco con un barco que le dé para la comida, es muy duro. Creo que a muchos de nosotros nos pasaría lo que a él, que la locura se instalaría en tu cabeza y echarla luego es difícil. A menudo los locos fueron grandes genios.

Creo que merece una mención especial, la vida de un marinero que un día fue feliz y bonachón. Me gustaría saber, si todos los favores que hizo según he leído en internet, le serían devueltos por los mismos que se beneficiaron de él en el pasado.

¿Cómo ir de Colombia a Panamá?

San Blas. Primeras impresiones

Conocer el Mar Caribe en imágenes:

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Su belleza tan simple, conquista cualquier alma aventurera

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Por unos cuatro dólares, podremos comprar langosta. Hervirla será tarea nuestra.

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El capitán conduciendo, camino a un isla, para celebrar la noche de luna llena con compañeros de viaje

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Sólo cogen del mar lo justo para comer. Ni más ni menos. Los Guna Yala, sabios pescadores hacen de sus vidas una larga pausa para saborear a conciencia la fortuna que poseen en sus territorios.

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Llegada a puerto de una isla habitada.

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Incluso en las islas habitadas, el agua es cristalina.

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La sonrisa de la felicidad

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Si. Aquella, al fondo a la derecha. Si. Vamos a pisarla. Otra isla por descubrir.

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¿Seguro que renunciarías a poner los pies en estas preciosas islas?

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Sólo el Sol impone los horarios en nuestras jornadas en San Blas.