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Cuarenta años después del final de la Guerra de Vietnam, uno de las más devastadoras de la segunda mitad del siglo XX, el hermoso país del Sureste Asiático, cuya silueta se asemeja a la de un dragón que desciende hacia el mar, ha dejado atrás las pesadillas para despertar en uno de los momentos más dulces de su atribulada historia.

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Mercado de Ho Chi Minh © Luis Mazarrasa Mowinckel

Good morning Vietnam luce el estampado de las miles de camisetas que los turistas compran a pares en los puestos callejeros de la ciudad de Ho Chi Minh, a las pocas horas de su llegada por el primer aeropuerto del país –el de Ho Chi Minh City, la antigua Saigón- y comprobar que en el delta del Mekong el clima es tropical hasta en los meses más fríos del invierno.
La frasecita está íntimamente ligada a la mitología de la guerra que devastó Vietnam hace cuatro décadas –era el saludo de la principal emisora de radio que escuchaban los soldados y pilotos norteamericanos cada mañana, antes de ponerse manos a la obra con el napalm-, pero hoy significa más el renacer de un país que casi por primera vez en su historia vive en paz y da la bienvenida a esos millones de turistas que cada año lo visitan.

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El tráfico por el centro © Luis Mazarrasa Mowinckel

Ho Chi Minh y Hanoi son los principales puntos de entrada a Vietnam. La antigua Saigón es una ciudad alegre, caótica, viciosa, bella, aunque no cuente con edificios históricos de importancia, relajada y divertida; sin la importancia monumental de Hanoi y también desprovista de la legendaria austeridad que caracteriza a ésta, seguramente por su mayor lejanía del vecino gigante chino.
En Saigón, como les gusta llamarla todavía a sus habitantes, es fácil seguir la huella que dejaron los colonizadores franceses, visible sobre todo en los placeres más cotidianos: las terrazas donde se desayuna con baguettes y café au lait, la tradición gastronómica, que además se disfruta en restaurantes de sofisticada decoración, o la intensa vida nocturna, el misterio de sus barrios tradicionales y un aluvión de inversiones extranjeras y de turistas occidentales y asiáticos.

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Cuarenta aniversario de la paz © Luis Mazarrasa Mowinckel

Y también es evidente la impronta –aunque de diferente cariz- que dejaron los marines del Imperio: sin ir más lejos la discoteca más famosa de la ciudad se llama Apocalypse Now y los sombreros de cowboy (¡y hasta las harleys!) se ven con frecuencia.
Éste es mi quinto viaje a Vietnam, el primero coincidió con el veinte aniversario de la paz y esta vez he llegado cuando se celebra el cuarenta, en abril del pasado año. Ho Chi Minh o Saigón ha cambiado bastante, y para mejor, si se exceptúa la abrumadora presencia de los scooters, que probablemente ya toquen a más de uno por cabeza.

Lo primero que reclama mi atención es precisamente una ausencia: la de las decenas de mendigos que pululaban hasta alguna de mis últimas visitas –hace pocos años- prácticamente por toda la ciudad y que hoy se han reducido hasta el punto de que en un día normal te pide limosna mucha más gente en Barcelona o Madrid que en Saigón. Y es que por primera vez en su historia Vietnam ha erradicado la miseria.

Con una tasa de paro de apenas el 3% y un crecimiento de su PIB que en los últimos tres años se mantiene constante por encima del 5%, Vietnam está cumpliendo las expectativas de quienes en el cambio de Milenio lo incluyeron en el grupo de Dragones Económicos Asiáticos.

Esta vez me alojo en uno de mis barrios favoritos: Pham Ngu Lao. Es céntrico, animado y se puede cenar y tomar cerveza Saigon o la mítica 333 hasta muy tarde. El New Pearl Hotel es un alojamiento con habitaciones comodísimas, alegres, limpias, con aire acondicionado y un buen baño… y apenas me cuesta 25 dólares. Lee, la directora, está todas las noches sentada en una mesa en la calle a la puerta del hotel bebiendo una cerveza y picando alguna delicia saigonesa… e invitando a todo huésped de vuelta al cubil. Un lugar delicioso.

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Tienda de remedios chinos en Cholón © Luis Mazarrasa Mowinckel

Lo ideal en Ho Chi Minh City es sumarse al caos rodante y alquilar un scooter por unos pocos dólares al día. Con un mapa es muy fácil orientarse en esta ciudad cuyos barrios de suceden de forma alargada. Mi primer recorrido me lleva de nuevo a Cholón, el barrio chino situado al oeste. No ha conservado la esencia de Chinatowns como el de Bangkok o Kuala Lumpur, pero alberga varias pagodas interesantes y unas callejuelas misteriosas donde tiendas aún más misteriosas venden y exponen todo tipo de remedios medicinales chinos. Mis favoritos –¡ojo! sólo para fotografiar y adquirir, nunca para probar- son las botellas de alcohol con una cría de cobra conservada como en formol. Sin embargo, y por raro que parezca en un Chinatown, los buenos restaurantes chinos no abundan ni son fáciles de encontrar.

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Pagoda del Emperador de Jade © Luis Mazarrasa Mowinckel

En moto por la antigua Saigón visito varios templos chinos y vietnamitas donde se revive el culto a los antepasados, como la maravillosa Pagoda del Emperador de Jade, desde donde aprovecho para ir a almorzar un banh xeo –esa crêpe rellena de verduras, gambas y carne de cerdo, plato típico saigonés- en el cercano restaurante Banh Xeo 46 y luego para tomarme un té en la Bin Soup Shop, también muy próxima. Visita imprescindible para los mitómanos de la Guerra de Vietnam, en este pequeño restaurante especializado en pho, la tradicional sopa viet, se instaló el cuartel general del clandestino Vietcong infiltrado en el sur. En una de sus mesas se preparó el famoso -y bochornoso para el invasor norteamericano- ataque a la Embajada de EE UU durante la Ofensiva del Tet, en 1968.

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Restaurante Binh Soup en Saigón, donde se planeó el ataque a la Embajada de EEUU © Luis Mazarrasa Mowinckel

El Museo de los Restos (o Consecuencias) de la Guerra, hasta hace pocos años llamado de la Guerra Americana, es otro hito fundamental para los seguidores de la historia o de filmes como Apocalypse Now, Nacido el 4 de julio, El cazador, La chaqueta metálica, Platoon… Y mi rincón favorito es la sala dedicada a los corresponsales de guerra que se dejaron la vida cubriendo ese desgarrador conflicto… Allí te encuentras con una parte de tu infancia o adolescencia –depende de cuántos años tengas-, un espejo en esas fotos de la niña despojada de sus ropas impregnadas del abrasante napalm después de un bombardeo norteamericano sobre civiles, la mujer que intenta poner a salvo a sus pequeños atravesando un río a nado, el asesinato de un vietcong con un tiro en la sien por parte de un general del Sur, la evacuación en helicóptero de heridos bajo el fuego de los guerrilleros…

Un piloto de EEUU durante la guerra de Vietnam © Luis Mazarrasa Mowinckel

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Museo de los Restos de Guerra © Luis Mazarrasa Mowinckel

Antes de irme se la ciudad, cumplo con un rito muy triste que inicié hace treinta años. En un ala especial del hospital Tû Dû visito a los niños y bebés que más de 40 años después siguen sufriendo los terribles efectos del Agente Naranja, ese defoliante a base de dioxina que los marines regaron por amplias zonas del país para destruir la jungla donde se camuflaba el enemigo. Son al menos medio millón los niños que sufren o han muerto por los efectos de esa terrible arma química. Para mí, los escenarios de la maldad humana también son parte del viaje…

Algunos enlaces sobre Ho Chi Minh, antigua Saigón

New Pearl Hotel
Museo de los restos de la guerra
Banh Xeo 46