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A menudo parece mentira que los años pasen por nuestras vidas y sigamos con ilusión y ganas de conocer nuevos lugares. Las aficiones acaban con el tiempo desgastando a cualquiera, queriendo probar cosas nuevas, dejando a un lado las antiguas. En el mundo de los viajes no ocurre lo mismo. Es algo peligroso acabar siendo un nómada perpetuo. Cuando mi primer viaje largo me situó en Argentina, supe de inmediato que una nueva forma de vivir se había asomado tímidamente en mi interior. Jamás pensé que acabaría por ser un modo de vida, una forma de pensar y actuar. Los años van pasando y al contrario de lo que pueda suceder con otros campos, ya sean deportes o aficiones, el viajar es conocer el estado más puro en que yo concibo la vida. La sed del nómada es insaciable. Deseoso de conocimientos buscados en un principio  en la literatura, uno opta por hacer un estudio de campo, descubriendo y saliendo a buscar presencialmente hasta dónde nos llevó la imaginación en un pasado entre amarillentas páginas que tanto nos hicieron soñar, para comprobar que es mejor verlo con tus propios ojos y sentirlo con todo tu corazón.  El secreto de conocer nuevas tierras, es que uno acaba redescubriéndose interiormente a medida que tus cansados pies van cruzando fronteras. Entre las dos instantáneas hay miles de kilómetros pero una misma búsqueda. La de arriba, la tomé hace un par de años en Argentina. La de abajo, en una carretera en medio de la más absoluta nada, en el maravilloso y misteriosos país de Namibia.

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