Llegar a Dubai, ha sido como llevarme un manotazo en toda la cara. No lo digo por el terrible calor, que hace casi imposible explorar sus calles vacías, sino que tanto derroche, tanto lujo, tanto consumismo, hace dudar que sigamos en la misma época o en el mismo viaje que nos ha traído desde Etiopía.
Sabía de antemano que la ciudad era detestada por muchos viajeros. Sus razones no les faltan. Pero hagamos justicia y digamos que hay cosas que a uno lo pillan desprevenido y perplejo.
No hace falta decir, que la riqueza en reservas petrolíferas, han hecho de este sofocante y casi inhumano entorno, uno de los lugares más ricos del planeta, poniendo el mundo conocido por ellos hace unas décadas del revés. El lujo, no es algo extraño en Dubai. Lo raro es encontrarle una personalidad, unas directrices que seguir y que pese a las nuevas mezquitas que surgen por el horizonte, el populacho inmigrante es el único que pone el broche para poner pies a una ciudad, que ha perdido la cabeza. Puede que esté carente de tal concepto y no los acuso. El dinero hace extrañas cosas en la gente ¿Por qué iba a ser diferente con un país?
En su obsesión por hacer las cosas más grandes, más altas y más modernas de todo el mundo, a menudo no sabes muy bien, si Dubai está empezando a nacer o es que se ha empeñado en no ponerse límites. Todo está en obras. Sus calles, se hacen imposibles de caminar. Las gigantescas grúas que surgen por el pardo horizonte, se acaban difuminando con la calima del diabólico desierto.
Los centros comerciales son de dimensiones imposibles. Su egocentrismo roza una locura que acaba contagiando al turismo, cayendo en su propio juego y quedando atrapado en las redes de su sistema de pagar por ver lo imposible de creer. Podemos patinar sobre hielo en Dubai Mall, pasearnos por antiguas civilizaciones en el Ibn Battuta o estar esquiando en el Mall of Emirates mientras afuera se cuecen los obreros a 45 grados construyendo otra estructura mejorada y más moderna.
Los contrastes en Dubai apenas se hacen ver. Los trabajadores, de todas las nacionalidades, de hecho usan el inglés como lengua madre. Eso nos da un concepto claro de que Emiratos, abrió sus puertas hace tiempo a todo el mundo, mientras inviertan dinero u ofrezcan mano de obra barata. Puede que esto eche atrás al viajero para hacer una parada breve o una estancia media. Creo que deberíamos marcarlo en nuestro mapa si da la casualidad, como en mi caso, que el vuelo haga escala y podamos estar algunas noches, en la que considero, la ciudad que en un futuro empequeñecerá al resto.
Pero ahí no acaba el tema. No. Va más allá. Mientras los “burkas” siguen sus bailes en los lujosos centros comerciales, los turistas van en pantalón corto o en camisetas imposibles de definir. Emiratos se ha redefinido en el concepto de sus costumbres religiosas, cerradas y recelosas hacia el exterior. El color del dinero, sí entiende de vestuarios y mientras en otros países con sus mismas doctrinas alzan las armas en contra de un mundo corrupto por la lujuria y el capitalismo, Emiratos se deja acariciar, codeándose con occidente como si de un hermano se tratara.
Millonarios de todas partes vienen a poner su granito de arena, para diferenciarse del resto de los mortales. Aquí las viviendas son mansiones. Las playas artificiales, construidas a golpe de excavadoras, poseen modernos equipos de seguridad, no vaya a ser que algún fisgón quiera disfrutar del mar. Los hoteles van acompañados de un buen puñado de estrellas y los concesionarios están repletos de deportivos, difíciles de ver en mis tierras.
Las tiendas andan medio vacías. Supongo que un par de ventas al día, harán que el balance sea positivo y si no es así, tranquilos. Tener un espacio alquilado en Dubai, da mucha clase y eso vende.
La lógica a menudo pierde sentido en la capital del petróleo. Mientras Doha vaya pisándole los talones, la carrera se hará eterna, para que más gente decida venir a vivir y tributar, aunque la gente que realmente lleva el país adelante, son los inmigrantes que están atentos para servir irremediablemente al rico del turbante, con sus hijos, criados entre cristaleras, hormigón y salones recreativos gigantescos. Algún día cuando crezcan estas criaturas, se darán cuenta que la naturaleza no está hecha de plástico y entonces veremos que se inventa la nueva generación.