De buena mañana me levanté y fui a coger un autobús que me llevara a la carretera que cruza desde Armenia a Pereira. Salento, precisamente no quedaba de paso en las líneas de los transportes públicos y mis planes de viajar sin prisas se venían abajo y empezaba una cuenta atrás.
Mi compañera Lourdes, aterrizaba en Bogotá. Mi vuelo con la compañía de Viva Colombia, resultó ser extremadamente barato. Si alguien pedía a gritos una oportunidad en el continente americano para poder obtener precios económicos como ocurre en Europa o Asia, Colombia se ha puesto las pilas.
Pereira era el punto de partida.
Con más pena que gloria me iba. Me entristecía mucho dejar atrás lo vivido, pero con la certeza que lo que me quedaba por delante sería incluso mejor.
La soledad pudo ser un revés en determinados momentos, pero al final acabamos siendo buenos amigos.
El viaje cambiaba por completo. Me iba de las frondosas montañas, de los desolados desiertos al norte del país, abriendo camino hacia el Caribe. No se me ocurre mayor contraste en una ruta.
La primera parada iba a ser Villa de Leyva, aunque no lo tenía seguro. Hasta ahora me había movido por unos impulsos nacidos de mis ánimos. Debía hacer escala en Bogotá y pernoctar dos días para que mi compañera disfrutara de la capital.
Realmente no me importaba. Todo lo contrario. Me dejé varias cosas por hacer en mi primera parada e iba a aprovechar ahora que andaba en compañía.
Viajar con mujeres no es sencillo y pido perdón por mi mal interpretado machismo. Pero lo cierto es que no es lo mismo que te ocurra algo a ti, que le ocurra algo a tu compañera.
Tú asumes riesgos, decides y haces. Una fémina en un país como Colombia, no lo recomiendo si te apartas de los puntos turísticos.
De hecho, las viajeras solitarias que iba conociendo, buscaban a la desesperada compañeras je mientras iban llegando a los lugares. Las nuevas tecnologías hacen muy fácil saber dónde y cuándo vas a estar y el intercambio de teléfonos que presencié, eran continuos. Entre ellas se protegían y no era lo mismo ver a una que a tres viajando.
Así pues puse rumbo hacia la capital, conociendo a un holandés en el aeropuerto de Pereira. Un simpático y joven viajero que había estado donde yo iba a ir. Sus recomendaciones en un futuro me iban a servir para hacer parapente en el Cañón de Chicamocha, en los transportes hacia el norte y también saqué de mi mente lugares que tenía en la lista por sus consejos desfavorables.
Creo que un viaje no debe ser subjetivo y debes ser objetivo para optimizar tu aventura si vas limitado de tiempo. Debía tirar seguro al blanco sin divagaciones.
Por supuesto me quedé sin ir a lugares que andaban subrayados por varias líneas como imprescindibles, pero siempre me acaba ocurriendo allá donde vaya.
En fin. Empezaba de nuevo desde Bogotá para hacer digamos que otro viaje. Un viaje acompañado, en el cual ya no existía la tristeza tan invasora que me dominó durante mis primeros pasos por el país, debido al recuerdo de mi padre.
Arriba en la fotografía, mi nuevo amigo holandés, que me recomendó los lugares en los que había estado. Sus consejos fueron tan útiles como las mejores guías de viajes.