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Hace apenas un par de semanas desde mi regreso. Asia de nuevo supo acertar y dar de lleno en el corazón, para que la anhelara antes de partir en el avión hacia mi hogar. Puede que cueste más adaptarse a tu entorno después de un maravilloso viaje. La vida exige grandes compromisos si estás hipotecado con tu trabajo y si  encima haces que tu afición exiga una mortífera dependencia económica.  Por supuesto que para viajar hace falta dinero. Podemos ir ahorrando de aquí un poco, otro poquito de allá, pero todo tiene un coste y un bolsillo de repuesto o unas espaldas bien cubiertas son necesarias para empezar o sencillamente proseguir un viaje.

No voy a dejarme llevar hoy por la nostalgia, aunque el ambiente a mi alrededor invite a ello. Encerrado en un bar, con una buena cerveza negra, seguimos adelante con todo el proyecto. El invierno pinta feo y el frío está exterminando cualquier intento de salir adelante con una sonrisa cálida y más amplia.

A menudo, rescatando recuerdos de momentos pasados, podemos llegar a evadirnos esporádicamente, pero volviendo a la realidad, estamos donde estamos y nos gusté o no, es lo que hay y a eso hay que amoldarse para ser felices.

El viajero de pura cepa, desgraciadamente no acaba encontrando jamás su lugar en este mundo. Su visión sobre la vida, su nómada filosofía sobre el permanecer en un mismo lugar durante mucho tiempo, acaba por degollar muchas ilusiones, tirándolas al vertedero del vacío, porque desgraciadamente tarde o temprano es insostenible.

Pero veo, que unos grados de alcohol en mi cuerpo causados por la corpulenta cerveza, hacen que este artículo se vaya yendo por otros senderos que al final acabarán involuntariamente,  encontrando la misma meta.

La tecnología llamó a mi puerta

De lo que yo quería hablar hoy, es de lo magnífico que era viajar antes, hace unos años, cuando mi móvil quedaba resguardado en un cajón de mi casa, y que de llevar un portátil ni hablamos. El viaje en sí, era una desconexión total de tu vida social cotidiana, para descubrir otros nuevos círculos que nada tenían que ver con las redes sociales, las páginas web y menos con la argucia, tan bien parida y tan efectiva del “whatsapp”.

Seamos coherentes y aceptemos que el mundo ha cambiado. Fui a la India y para dar señales de vida, la cosa era seria. Los continuos cortes de luz en los ciber-cafés más sucios del planeta eran continuos. Esas pantallas de tubo que alguna vez lucieron blancos relucientes, ahora eran gastados huesos de plástico. Siguiendo mi trayectoria por el mundo, cada año, cada viaje era imposible cambiar la idea,  que lo más sensato, lo más realista, era llevar un cuaderno que me sirviera para anotar diariamente mis vivencias.

Empecé a vislumbrar el concepto de modernizarse o morir, viendo como algunos viajeros ataviados con sus poderosos móviles y ordenadores portátiles,  hacían y deshacían a su antojo los preparativos “in situ” de sus viajes, dejándome varias veces como un auténtico patán, procedente de un parque jurásico, como una especie en peligro de extinción.

Quería absorber, beber, comer y masticar el viaje, el país y a sus gentes sin influencias tecnológicas. Sentarme en una terraza, estirarme en una roída cama de una cutre pensión de cualquier lugar del mundo y empapar literatura en papel hasta caer rendido de cansancio pero habiéndome enriquecido culturalmente. Todo eso acabó.

Si hay que ser objetivos, diré que últimamente el único que no llevaba un móvil en los metros de las grandes ciudades era yo. No defiendo ni una postura ni otra, pero el planeta se iba moviendo más rápido que yo y debía acompasar mis pasos a su ritmo para no quedarme rezagado. Atrás quedaban las noches con mochilas a cuestas buscando a las dos de la mañana un albergue que se compadeciera de mis lamentos para conseguir una buena cama.

Ese síndrome post-viaje, es peligroso.

El mundo cambia. Las pensiones se anuncian por internet y en algunos países como Japón, Taiwán o Malasia, sería de locos tentar a la suerte e intentar conseguir un alojamiento en tiempo real. Las costumbres toman un carácter más reservado, dejando a buen recaudo la confianza que les da una buena página web, con tus datos bancarios por si no te presentaras y cobrarte sin compasión lo reservado. Pero no todo serán desventajas, por supuesto que no.

La tranquilidad que te supone tener habitación recién llegado, no tiene precio. Sí, puede que la aventura mengüe, pero tampoco es agradable, quedarte tirado en medio de la noche en un lugar desconocido. En el caso de Mumbay, por ejemplo, fue una tortura buscar y encontrar. Lo mismo en Bolivia, Guatemala, Nepal  y China entre otros.

Al adaptarse unos, deben adaptarse los otros. La ley de la oferta y la demanda. Más conservadores, podemos aún disfrutar en Tailandia, Birmania, Tailandia, Colombia, Indonesia, Camboya o Vietnam de probar suerte y encontrar sin problemas lo que buscamos sin mediar por nosotros un teléfono inteligente.

Cuando fui a Malasia, hace tan solo cuatro años, me di cuenta que debía cambiar. Un bloguero como yo, no puede dejar los pensamientos flotando en mi cabeza para luego darlos por perdidos en mi memoria y no recuperarlos. Puede que un diario a mano, ayude, pero la velocidad de escritura es fundamental en un teclado. Las noches se hacen cortas y las horas se empequeñecen. Las dos de la mañana son horarios inaceptables para acostarse cada noche, si al día siguiente queremos conocer lo desconocido. Los excesos son terribles y en mi último viaje a Taiwán, caí en el error de querer hacerlo todo al día sin importarme el precio que pagaría en la jornada siguiente. Aprendí la lección para que no vuelva a suceder.

Los billetes de avión, son otro de los grandes motivos por lo que deberían plantearse los más veteranos aventureros tan poco dados a las nuevas modas, en cambiar su perspectiva. Sencillamente, en Colombia, si no hubiera llevado un móvil conmigo, hubiera sido imposible adquirir pasaje aéreo. Un código en el sistema “sms”, activa tu billete confirmándolo, no existiendo más vías fiables para tu entidad bancaria.

A todo esto, es evidente que la red, es importantísima. Allá donde no llegue, podemos darnos con un canto en los dientes. La información es vital, de hecho es oro. Puede que una guía de viajes sea el preludio a un estudio más profundo de lo que nos interesa y eso te lo puede dar el ciber-espacio. Los itinerarios, los consejos, las preguntas y respuestas, poco se hacen esperar ante las dudas que tendremos mientras pisamos territorios desconocidos, sacándonos de algún apuro. Quién demonios sabe lo que dura un visado, si es necesario, si necesitamos vacunarnos al cruzar una frontera, si está en conflicto el siguiente destino o sencillamente, estando solos, nos apetezca sumarnos a la agradable compañía de alguien que esté como nosotros, perdido en algún rincón donde una nueva amistad pueda surgir sin forzarla.

No defiendo los nuevos métodos que usamos actualmente para conseguir llegar a empresas que se nos antojan injustificadamente imposibles. Pero atacarlo, sería de hipócritas. Me hace gracia como famosos escritores viajeros cuelgan en sus redes, duras críticas sobre el gran cambio que han experimentado todas las sociedades . Es de necios, criticar internet dándole tú mismo coba desde un teléfono inteligente, mediante una señal Wi-fi robada y sabiendo que si no obtienes algunos “likes”, no te irás contento a la cama.

Así, que por mucho o poco que nos guste, tengo el privilegio de haber vivido los dos mundos contrapuestos. El de la falta de información y “a pelo”, y el de las nuevas tecnologías que nos facilitan un mejor viaje, evitando los errores y las pérdidas de tiempo….. pero si os soy sincero…..mientras viajamos….¿no está en esas pérdidas de tiempo la auténtica magia del viaje?

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