Puede que este artículo no interese al viajero. Pero en Viajar por Libre, siempre vamos más allá, poniendo tal cual, los diarios viajeros, realizados «in situ». Cualquier deformación, a menudo no viene acompañada de una realidad coherente (o si), por los cambios de humor que experimentamos durante un viaje, debido a menudo por la tensión o los nervios. Pero tal cual os lo dejo, para que veáis un trocito más íntimo y desconocido de Cartagena de Indias.
Extracto de mi diario viajero durante mi estancia en Cartagena de Indias:
25 de agosto
Un sueño hecho realidad
Por fin, después de años de viajes por todo el mundo he pisado Cartagena de Indias. Como si de la guinda del pastel se tratase, he dejado este lugar de ensueño para el final del viaje por el país colombiano. Después de mis aventuras por este maravilloso país, pongo punto y final a mi odisea personal por una parte y a nuestro viaje juntos cuando nos reunimos en el aeropuerto de Bogotá Lourdes y yo. Parece que fue ayer y al mismo tiempo parece tan lejano, que te das cuenta de lo que se llega a deformar el tiempo mientras viajas. Los días pasan a ser uno más. Tan solo te das cuenta que es domingo porque las tiendas andan cerradas, sino ni por esas te enteras en qué línea del tiempo anda tu vida.
Eso es lo magnífico de los viajes, que los días jamás son iguales, cambiando siempre de aires sin esperar nada, simplemente dejándote llevar por lo que tenga que venir. Vas de un lugar a otro como por inercia, porque tu alma te pide continuamente movimiento, sed de conocer lugares, gente y comidas sabrosas por probar. No se puede ser más aventurero en esta vida que la que obtienes viajando con mochila buscándote la vida.
Hoy Colombia se ha portado bien con nosotros. Nos ha mostrado una cara poco amable pero real. Nuestro camino de Palomino a Santa Marta ha sido lento. Nuestra salida de Taganga ha sido limpia, casi sin esperas, recogiendo las mochilas donde las habíamos dejado, llegando a Cartagena sobre las cinco de la tarde.
El camino entre Santa Marta y Barranquilla ha sido devastador. Parece que el país entero se esté construyendo estando perpetuamente en obras. Pero lo chocante es la extrema pobreza en la que viven los norteños en sus costas. La miseria parece normal aquí y los pobres no dejan de ser una gran mayoría que vive en la miseria. Las casas, por llamarles algo, son sucias, feas y llenas de varias familias viviendo conjuntamente. Diría sin perjuicio alguno, que llegan a estar a la altura de la pobreza que llegué a ver en Sulawesi, bajando de los Tana Toraja en el país indonesio. Aquel viaje me caló muy hondo porque no pensé que la gente pudiera vivir así toda una vida, sin cambios, sin futuro y menos aún con una mínima calidad de vida por no decir que a los pobres indonesios como a una parte de los colombianos les robaron la dignidad sin ellos saberlo.
Cartagena a su modo enamora. Poco o casi nada hemos podido ver de esta mítica ciudad salida de las mejores producciones de Hollywood. La noche en el casco antiguo es preciosa. Edificios con mucho gusto, son iluminados con finura y astucia para atraer a fotógrafos y comensales a las decenas de restaurantes que pueblan sus perfectas plazas.
La muralla se va viendo cuando llegas a la ciudad de un millón de almas. Cartagena se está vistiendo para que en un futuro sea uno de los destinos imprescindibles del globo. Me atrevería a decir que como yo, muchos han venido a Colombia para ver esta ciudad de nombre tan exótico. Sea como sea, este lugar es para caminarlo tranquilo, sin prisas y dejándose llevar por el “no tiempo”, el “no reloj” y las ganas de respirar con cada bocanada de aire, la libertad de sentir que el viaje ha ido viento en popa.
Podemos sacar muchas cosas positivas de este paseo por el país y casi nada negativo a nivel personal. Es de tontos no obviar que el país necesita cambios para combatir las bestiales diferencias entre ricos y pobres. También podría decir que Colombia se deja mimar, se deja llevar, pero siempre hay que estar atentos. No soy tan ingenuo como para ponerme la venda del “toda va bien” y “viva la vida”, cuando soy el primero que reconozco que los ladrones están agazapados en las sombras de la noche, esperando una oportunidad para joderte el viaje. Colombia es peligroso, pero no en exceso como pudiera ser Perú cuando yo fui hace años, pero está claro que la seguridad es tan baja y el peligro tan alto, que sería impensable comparar estos niveles en Europa.
Bueno, qué vamos a decir de Latino américa. Su mala fama es merecida. Por supuesto. Sin adornos ni florituras. Este lado del mundo necesita más tacto y más oportunidades para un pueblo que no cesa de luchar contra la pobreza y la delincuencia.
Las afueras de Santa Marta, eran parecidas a las Favelas de Brasil. Puede que uno lo pase por alto la primera vez porque vas a la playa y la emoción sacude donde no debe y ni te des cuenta. Pero una segunda pasada te hace ver que están mal.
Veremos cómo se nos dan estos diez días de viaje que nos quedan.
26 de agosto
Cartagena y sus calles adoquinadas
Puede que me falte un poco más de tiempo para cogerle el gusto a la ciudad. Compararla con Cuzco es mucho, pero es evidente que Cartagena tiene el mar en sus faldas, casi rozando la muralla y eso da mucho juego.
Hoy la mañana nos ha servido para pagar el barco hacia Panamá, ir a la lavandería y gestionar la devolución del billete de Lourdes que tuvo que sacar en Madrid para justificar la salida del país colombiano.
Hoy me he acordado mucho de mi pobre padre. He pensado continuamente en su voz.. Es inevitable que piense tanto. Le habría mandado un correo urgente diciéndole que estoy en la ciudad que tanto habíamos hablado cuando él andaba en este mundo. Le hubiera dicho orgulloso que lo he hecho, que he llegado a Cartagena de Indias, para que él con su ilusión a distancia me hubiera dado alas como siempre me las dio.
Mi padre….. Éramos dos gotas de agua en lo que a correr buenas aventuras se refería, lo que yo tuve la dicha de haber nacido más tarde y poder permitirme estas cosas, inalcanzables para él. Nacido casi en la postguerra española, tuvo que esperar a cumplir su juventud, su madurez y después de haber sacado a dos hijos adelante, empezó a desplegar sus alas para volar a países inolvidables, convocando desde lo más profundo de su alma, al aventurero que llevaba encerrado durante tantos años.
La ciudad amurallada es de una belleza insultante. Por la noche podría decirse que duplica su romanticismo. Su iluminación es perfecta. Las oscuras calles en estas latitudes del país son diferentes, son evocadoras y no temerosas como la vomitada Bogotá.
Bocagrande, es la Miami de Cartagena. Esta mañana un paseo por la playa nos ha hecho ver lo diferente que es del resto. Apartamentos y hoteles de lujo salpican el paisaje, jodiendo todo a su paso. Pero bueno, podemos decir que está separada de lo más interesante de la ciudad, y queda en el horizonte como un gran asterisco que nada tiene que ver con la historia y la cultura de esta capital del Caribe colombiano.
Luego por otro lado, tenemos el barrio de Getsemaní, donde el caos reina en todos los rincones, donde el tráfico se congestiona continuamente, donde los cláxones de los coches acaban agotados de tanta batalla, donde la gente va y viene en tropel de una tienda a otra, donde los vendedores de jugos ofrecen suculentas ñapas a sus clientes, donde los pobres desgraciados andan pidiendo algo para llevarse a la boca. Getsemaní a su manera, es la Colombia auténtica, la ciudad que uno espera encontrar cuando pisa suelo suramericano. Por eso y mucho más, Cartagena tiene un abanico inacabable de posibilidades. Podemos ver como afloran los pozos muertos por la noche, cuando la marea sube, bañando las bonitas calles con mierda nacional, dando reflejo bajo la luz de la luna a caras convenciones en el puerto marítimo, para recibir a congresistas adinerados. Podríamos decir, que Cartagena se disfraza de Venecia, que sus pobrezas conviven con sus riquezas de tú a tú sin importar lo que dirán, lo que pensarán, porque señores, esto es Colombia y en este país, si no aprenden a convivir con las grandes diferencias sociales que existen, mal irían.
Esta noche, para variar en nuestros viajes, hemos comido comida de otro país, ni más ni menos que de Grecia. Pero bueno, como veo algo difícil ir por el precio, al menos alimento mi estómago, a ver si de este modo apago engañosamente mi hambre de conocer el país.
Un paseo por la muralla a la caída del Sol es obligatorio. El mar a escasos metros, sentimos el suave romper de las olas. Las cometas siguen volando en el caribe como en el resto de Colombia. Las parejas se besan, se aman y se prometen mutuamente un futuro juntos bajo las murallas que tantas batallas vivió en el pasado. Como testigos mudos, cuántas cosas nos podían contar, cuantas muertes, traiciones, guerras y romances habrán acariciado con sus porosidades. Cuanta historia enterrada entre su argamasa que ahora da cobijo bajo el atardecer a los nuevos amantes.
Ay Cartagena, que coja por donde te coja no te pillo del todo. Necesito días para poder envolverme entero de ti, que me abraces y no me sueltes, que me des un poco más de lo que la apagada gente de aquí da al extranjero, confundiéndolo con una billetera con patas, que va caminando sin rumbo a que le quiten el dinero con cualquier artesanía mal elaborada.
Mañana más. Por supuesto. Por mí y por ti papa.
27 de agosto
Pocas cosas pueden parecer más surrealistas que el conocer al capitán que nos va a llevar en barco durante casi seis días hacia Panamá. La fotografía de la página web, no corresponde a su aspecto y juraría que no es el mismo. El tipo que se ha presentado, parece muy simpático, pero con sus rastras, barba sucia y sus vestimentas, si me hubiera pedido una limosna, se la hubiera dado. Me lo encuentro tirado, durmiendo en una calle y encaja perfectamente en el paisaje miserable de la Colombia oscura.
Vamos a darle el beneficio de la duda y guiémonos por el dicho de que las apariencias engañan, porque si no nos agarramos a eso, podríamos decir que nos vamos a pique.
No tengo ni idea, cómo nos irá esta nueva aventura jamás realizada. Nunca he hecho algo semejante. Soy amante del mar, pero sinceramente odio navegar porque me parece sencillamente aburrido. Dejémonos llevar por la ilusión que llegaremos a Panamá en dos días después de estar dos días navegando en alta mar sin ver absolutamente nada o mejor dicho, viendo el infinito horizonte sin desfilar, sin cambiar, como si de una losa perpetua se tratase, sin dar paso a novedades o sorpresas. Puede que esa sea la sorpresa, la calma, la soledad en el profundo azul del océano caribe, pero de eso no puedo opinar, porque como he dicho, jamás he realizado semejante empresa.
Las incomodidades están servidas. Falta de intimidad, horarios impuestos y reglas de convivencia que he intentado evitar durante mis últimos viajes, no durmiendo jamás en dormitorios compartidos. Pero esto es diferente y la única manera de atacar Panamá es por vía marítima, sino me quedaría a las puertas del archipiélago de San Blas desde la península.
Hoy nos hemos despertado temprano y nos hemos ido al mercado Bazurto. Hay que ser muy loco para perderse por ese lugar olvidado en la agenda de algún Dios loco que empezó a hacerlo y no lo acabó. Aquello es un antro lleno de emocionantes tiendas por llamarlo de alguna manera, con pestilentes carnes, pescados, frutas y cientos de artículos. Como bien dice la Lonely Planet, hay que abstenerse de ir si uno es delicado de estómago, pero que si tu alma aventurera no mengua durante el viaje, debes darte una vuelta.
No estaba tenso, pero debía ir con mil ojos porque la fama del lugar no es muy buena. Los pobres parecían sacados de las gargantas del infierno o simplemente de la jodidamente jodida Bogotá. A menudo no sabías si el mendigo iba y venía o vendía, porque la pobreza andaba por el mismo camino entre vendedores y compradores. Nadie, absolutamente nadie nos ha dicho nada, ni nos ha pedido nada, sencillamente ofrecían sus productos como si de dos propietarios de algún restaurante turístico fuésemos o eso es lo que me ha parecido a mí. Eso y mucho más, son motivos suficientes para darse una vuelta y ver como el cartagenero vive su día a día, sin mascaras hechas de murallas históricas, sin tapar la boca de los necesitados con restaurantes bajo balcones coloniales o carruajes impolutos al trote, corriendo por la ciudad antigua sonando fuerte bajo las adoquinadas callejuelas, tapando el sonido de la pobreza humana que desprenden los lugares menos turísticos del país.
Lo uno sin lo otro tampoco. Sé que Cartagena es famosa por lo bonito y no por lo feo. Si no fuera por esta balanza, Cartagena sería otro cuento sin acabar, otro sitio sin futuro de una América Latina que pide cambios entre los sollozos de los más desfavorecidos. Por eso Cartagena enamora, porque te da lo que quieres ver. Si miras a un lado para ver historia, la ves. Si buscas realidad urbana, sal, camina y tranquilo que ella te encuentra. Si buscas lujos, con la plata aquí todo es posible.
Después de la gran visita al mercado, hemos ido a la ciudad vieja y hemos seguido cobijándonos bajo la seguridad y la tranquilidad de sus bonitos museos como el de la inquisición.
Una siesta nos ha conectado de nuevo con el mundo de los vivos. Andábamos cansados. Hoy el calor ha apretado mucho. Por la tarde un paseo por el barrio de Getsemaní nos ha brindado la posibilidad de ver los encantos tras la muralla. Getsemaní mucho menos atractivo que la ciudad vieja no deja de ser encantador. Lleno de baratos hostales, puedes acabar seducido por sus calles más acompasadas con el ambiente cartagenero. No tienen la clase de las grandes mansiones, pero el intento queda en un bonito resultado de coquetones lugares estrechos por los que pasear.
A las siete hemos ido a la reunión del barco y poca cosa más.
Mañana intentaré escribir desde el barco, porque cinco días sin escribir para luego recordarlo todo es sumamente difícil.
Bueno….mañana podré cantar…..con el viento a toda vela…..
28 de agosto
Estamos metidos en un barco. Un velero que poco puede hacer uso de sus velas, haciendo rugir su motor lleno de caballos reumáticos, hacia el horizonte oscuro de la noche. Es una locura, pero es divertido hasta que el mareo hace acto de presencia, jodiéndolo todo y haciendo de este viaje una pesadilla sin fin. Yo atrincherado en mi litera, veo a chavales jóvenes beber cerveza y marearse. No importa cuántas veces vomiten, siguen llenando sus barrigas para luego volver a vaciarlas.
Lourdes, está mareada. Está pasando un mal rato, pero yo intuía que el mar iba a estar así de revuelto, viniendo predispuesto a pasar el mal trago y tirar hacia delante. Recuerdo ir con mi padre en su decrépita barquita y haber marejada. Uno acababa fatal, tirando a la basura todas la ilusiones puestas al inicio del viaje.
Nuestro loco capitán, con su pinta, no es digno de confianza. De momento, todo es correcto, la gente muy educada aunque casi nadie hable nuestro idioma. Atravesar la frontera marítima de dos países por el caribe, tiene una nota romántica, pero siendo más realistas, es para almas algo alocadas. Alta mar, es duro, el barco como si de una cáscara de nuez se tratara, se mece con el oleaje que según nuestro capitán es suave y bueno. No quiero pensar cuando las olas alcances proporciones bíblicas.
Hoy hemos caminado todo el día, Cartagena arriba, Cartagena abajo. Hemos cambiado el dinero, hemos dicho adiós a Colombia casi sin darnos cuenta, porque sencillamente el viaje continua y al no haber un fin próximo, le restamos importancia a lo que realmente estamos haciendo. Estamos ni más ni menos dejando un lugar al que probablemente jamás vuelva y que quedará como otros tantos grabado en mi corazón.
Colombia se ha portado bien con nosotros. Puede que la fama de peligroso se la merezca, pero no en las proporciones desorbitadas que la gente piensa. Primero viaja al lugar y luego opina, sino todo acaba siendo un cúmulo de especulaciones sin objetivo alguno.
Dejamos Colombia, pero nuestro siguiente destino es tan incierto que apenas me quedan fuerzas para hacer justicia al precioso país en unas letras que rozan el mareo y el terror hacia un negro mar donde lo único que veo es oscuridad.
¿Qué ver y qué hacer en Cartagena de Indias?
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