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Tenía un sueño cuando era niño. Un sueño tan ajeno a mi realidad, que jamás pensé que se pudiera llevar a cabo. Los años pasan y el futuro en el pasado, me pareció más negro de lo que ha llegado a ser en realidad. Sin probabilidades de viajes debido a una infancia humilde, el viajar quedaba tan lejos en la cultura de barrio en la que me crie, que cuando empecé a conocer nuevos países, todos los sueños parecían convertirse en una dulce realidad.

Cartagena de Indias. Evocador. Que nombre tan bello. Quizás fue el detonante, la tecla de impulso, que hizo decidirme volar hacia Colombia. Ni por asomo me planteé un viaje descartando este lugar que me hizo soñar de niño. Desconocido y a la vez tan familiar, opté en centrar todos mis esfuerzos por acabar mi aventura en esta ciudad amurallada, destinada desde hace siglos, a ser un bastión para visitantes esporádicos.

¿Qué decir de tan lindo lugar? Puede que exagere mucho la gente y Cartagena pese más por su nombre, que por su realidad. Debemos ser concretos y decir, que la cara auténtica de la ciudad, está fuera de las murallas y que los turistas quedan a menudo excluidos de ver lo que se cocina entre bastidores, llegando a descoser sólo una mínima parte de lo que realmente existe. La cara más amarga, apenas se hace visible y queda vetada con ahínco por las agencias de viajes, que tanto ímpetu ponen en dejar por las nubes,  a la Cartagena que todos queremos ver, dando la espalda, no sólo a una gran ciudad, sino a un país que dependiendo de las zonas, necesita de voz, necesita de una ayudita, para no quedar excluidos de esa forma tan exagerada, como ignorada.

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La salida desde Taganga, ha sido por la carretera que discurre hasta Barranquilla. Lo que podemos llegar a ver desde las acomodadas ventanillas del mini-bus es insultante. Una gigantesca ciénaga cuya denominación desconozco y dudo que esté encasillado en el mapa con un nombre propio, nos ha puesto los pies en el suelo y a la mierda se han ido las palmeras, el ron y la buena música de paraísos como el Tayrona, Palomino o Taganga. Si, señores viajeros, esto también es el Caribe. Un Caribe azotado por interminables mareas, por suciedad, por miseria acompañada de pobres miserables, viviendo tal cual la vida los puso allí, no conociendo un mejor destino, porque eso es lo que han mamado desde que vinieron a este mundo.

La pobreza azota con nudillos de acero, llamando con energía a un corazón que rápidamente olvida, cuando uno ha pasado varios días entre cocoteros, batidos de banana y hamacas mecidas por la suave brisa de la cara más amable del Mar Caribe. Un buen tortazo así, hace plantearte si estás andando en el mismo país. Bravo. Buena dosis de realidad para una jornada, digna del no olvido.

Pero, ¿qué podemos visitar en Cartagena y por qué es tan importante este antiguo asentamiento colonial? 

Ciudad Antigua:

Cartagena de Indias fue una de las últimas ciudades liberadas por Bolivar en la Colombia que se reveló contra el colonialismo español. Las leyendas sobre “La Heroica”, se cuentan a cientos, inspirando sueños de riquezas entre los piratas más alocados a conquistarla una y otra vez. Durante la colonización, se decidió amurallar todo el perímetro, cansados de tantos asedios, convirtiéndola en una fortaleza inexpugnable donde,  aparte de guardar sus tesoros, se  construyó uno de los cascos urbanos más bellos con los que américa latina puede actualmente contar entre sus filas. Tan sólo Cuzco en Perú o Ouro Petro en Brasil pueden llegar a competir seriamente como mejor destino colonial de todo el continente.

Pero dejemos la historia aparcada y centrémonos lo que nos depara el presente, cuando miramos entre esas defensas de oscura piedra encaradas a un azul océano y que amparan calles adoquinadas, donde hermosos carruajes pasean a turistas, acompañándonos durante toda la visita,  el “click-clack” de las herraduras golpeando el piso, convirtiéndose en una mágica música para los oídos, con poderes de hacerte viajar en el tiempo, dejando exentos los vehículos a motor, tan solo colapsándose en otras calles fuera de los muros.

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¿Quién se atrevería a decir que decepciona? No creo que haya ningún viajero en su sano juicio que esta ciudad le deje indiferente. Colombia abarca pueblos encantadores en su interior. Ciudades tan colosales y peligrosas como amigables. Pero una urbe con un millón de almas a las orillas del Caribe con una historia que se ha ido esculpiendo con cada piedra, solo la encontraremos a Cartagena de Indias.

Debemos añadir que las razas están mezcladas. Los negros simpaticones van vendiendo sus servicios y la mezcla está servida, llenando las calles de hermosos mestizos con amplias sonrisas. Como decía una canción de Jarabe de Palo: “Señores, la pureza está en la mezcla”. Una entrañable mujerona,  que vendía deliciosos zumos,  me decía con apego: “Ay joven, ven con la negrita”, para que le hiciera una fotografía, mientras exprimía esas enormes naranjas.

La ciudad antigua nos brindará la oportunidad de visitar museos imprescindibles e iglesias de porte elegante y cuidado. Entre estos puntos, no debemos de perdernos:

– El Palacio de la Inquisición
– Iglesia de Santo Domingo
– Convento de San Pedro Claver
– Plaza de la Aduana

Si vais justos de dinero, la entrada es muy económica, pero dejarse llevar por la ciudad es muy fácil. De hecho, el encanto no reside en estas visitas puntuales, sino en pasear por las preciosas plazas, tomarse un buen café bajo la luz de las pálidas farolas y dejar que el resto lo haga Cartagena. La impresión de lugar mágico está asegurada.

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También insistiré que como en muchos lugares, Cartagena, hay que vivirla de día y de noche. Habiendo dejado mi lado más nocturno aparcado tras años trasnochando, diré que durante el frenesí diurno, cuando anochece, el movimiento no mengua, pero se equilibra de una forma tan magistral que da una calma inusitada en este lugar repleto de turistas venidos de todo el planeta.

Los restaurantes, mucho más caros que los del exterior, no dejan de ser económicos para nuestros bolsillos, pudiendo cenar mientras escuchamos a los músicos como llenan las esquinas más oscuras con sus dulces notas musicales.

Getsemaní

 Modesto y fuera de las murallas más conocidas, encontramos este barrio donde todos los viajeros de bajo presupuesto acuden en busca de alojamiento. Fue una grata sorpresa para mi conocer este lugar. Puede que la noche saque a pasear las almas más locas, pero durante el día, los restaurantes de precios ajustados, las cafeterías con gusto y buena señal de wi-fi, las agencias de viajes, dispuestas a resolver cualquier duda o conseguir un pasaje donde deseemos, den unas alas a posibilidades que Ciudad Antigua no posee. Recordemos que Getsemaní, pertenece al casco antiguo pero se diferencia porque se encuentra fuera de la entrada principal a la ciudad adoquinada.

No descartaremos encontrar a gente ofreciendo cocaína, a prostitutas haciendo rondas o a jóvenes esperando el descuido de cualquier transeúnte. Pero no hay que temer nada si tomamos las medidas de seguridad mínimas.

Getsemaní se deja querer si le tomamos la delantera y dejamos que sus estrechas calles nos enseñen los secretos de locales, repletos de viajeros ávidos por atrapar conocimientos de otros aventureros y una buena charla está asegurada con una buena cerveza en cualquier bar.

En este barrio, fue donde gestioné todo lo del velero que me llevaría a Panamá. También comí y cené varios días aquí, donde la cocina internacional deja mucho de desear, aunque la cocina colombiana, con sus bandejas a 2 euros, son todo un reclamo para no pasar hambre y disfrutar de la gente local y sus animosas conversaciones.

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Mercado Bazurto

 ¿Estamos locos o qué? Esto es lo que puede parecer al principio, cuando un taxi os deja en pleno epicentro de la vida comercial de Cartagena. Aquí, directamente hasta dejé la cámara de fotografiar en el hotel. No es un lugar nada turístico y puede que a más de uno le de reparo pasear entre sus puestos abandonados, pero es tan gigantesco que no pararemos ni siquiera a comprar. Puede que os confundan con los dueños de algún restaurante y os ofrezcan pescado al por mayor.

El peligro, si es que existe realmente, podréis encontrarlo aquí. No obsesionarse con ello, porque este mercado, nos brindará una oportunidad única de vivir y de sentir la vida cartagenera, latiendo por todos los costados, exhalando ese aire viciado a rancio y auténtico. Toda una experiencia para los más osados.

Bocagrande

¿Un error visitar la Miami Colombiana? Para nada. Puede que el encanto de esta gran ciudad sea la variedad. Os he hablado del casco antiguo, de la auténtica Getsemaní y de la ciudad que se oculta tras las agencias turísticas, viviendo el día a día en Bazurto. Pero Bocagrande también forma parte de Cartagena y para los que andéis desesperados por venir de otra parte sin haber pisado la playa, esta aberración de apartamentos y hoteles de lujo, ofrece diversiones para los turistas más adinerados. No os preocupéis que no cobran entrada por pasear entre sus playas hechas a medida, para que motos acuáticas surquen rompiendo las olas y por qué no decirlo, también el encanto del lugar. Los mejores restaurantes, las mejores discotecas, andan aglomeradas en esta franja costera tan artificial como previsible. Centros comerciales y franquicias de comida rápida se ganan una pequeña parcela entre enormes complejos turísticos, asemejando este trozo de costa a muchos puntos de mi querida Cataluña, corrompida por el turismo en masa sin importar un carajo cómo quedará después de quemar kilómetros de bellas playas al antojo de los ricachones inversores, que juegan a ser Dioses.

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¿Dónde dormir?

 Si venís con lo puesto, dirigiros a Getsemaní. Hay decenas de buenas pensiones económicas. El casco antiguo, es tan caro que lo tuve que descartar, aunque si vais bien planificados, puede que encontréis una buena reserva por internet con semanas de antelación. Yo dormí en el Hotel Don Felipe, a doscientos metros de la entrada principal a Ciudad Antigua. Resultó ser ruidoso y con colchones con muelles gallitos que quisieron dar la nota dejándome la espalda hecha un jirón. Aunque resulte extraño, diré que estuve bien, porque el cansancio era tan poderoso que dormí bien. Las secuelas eran visibles a la mañana siguiente, pero con el buen desayuno que servían, se me olvidaba todo.

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Conclusión:

Arte, cultura y diversión, hacen una unión magistral en este retiro caribeño, que va a más a medida que los años pasan. No dejéis escapar lo que se puede convertir en un futuro cercano, en algo irreconocible. Todavía en la actualidad, podemos sentir como la historia empapa vuestros sentidos, haciendo de este punto, un auténtico imprescindible no sólo de Colombia, sino del mundo.

Dejaros de historias y conoced una de las ciudades más fascinantes del país. Si Colombia me lo puso fácil, para que acabara entre mis favoritos, Cartagena puso el broche final a una aventura que jamás olvidaré.

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