Mi segunda jornada en Budapest ha empezado de una manera catastrófica. En estas latitudes, la primavera a menudo pasa desapercibida. La abundante lluvia que tan mimado tiene al Danubio hoy ha decidido aparecer.
Las previsiones eran andar mojado todo el día, pero al final el viento ha sustituido a los chaparrones, barriendo cualquier rastro de charco en el suelo.
Sin saber muy bien qué hacer por el clima, había decidido con más dudas que decisiones, ir hacia la parte de los museos, dejando el Castillo de lado.
Al final y sin saber por qué, armado con un paraguas he dirigido mis pasos a Buda, para hacer una buena excursión la que considero de momento la parte más bella de la ciudad.
El Distrito del Castillo, es la zona donde podremos encontrar la mejor versión de una Budapest tan variada.
Situado en la orilla opuesta al Parlamento, permite tener las mejores vistas de éste, reflejando su delicada, perfecta y preciosa construcción en el agua.
En el puente de las Cadenas, podemos iniciar nuestro recorrido, encarando la montaña desde un funicular que sube apenas doscientos metros a un precio algo exagerado.
Subiendo por la parte izquierda, podremos ir parando en rinconcitos realmente bonitos, haciendo un recorrido completo de todo el Palacio Real.
De una construcción algo más sosa que El Parlamento, no deja de impresionar su tamaño, visible desde cualquier punto de la ciudad.
La Galería Nacional, ocupa cuatro alas del Palacio Real y es altamente recomendable hacer una visita si sois de los que os gustan las obras de pintura.
En su interior podremos dejar llevarnos por el paso de la historia y cómo los pintores más afamados del país dejaron su huella en esta colosal colección formada por 100.000 obras.
El precio de la entrada es de 1.800 Florines.
En la misma colina, situada a escasos metros nos encontraremos con otro imprescindible de la ciudad. La iglesia de Matyas. A un precio razonable de 1.500 Florines, podremos entrar y caminar entre sus paredes y museo.
Este complejo religioso, fue utilizado por los Nazis de cocina durante la segunda guerra mundial. No es de extrañar que se tuviera que después de 700 años de su inauguración en el año 1970 para dejarla incluso mejor que en sus orígenes.
Por si fuera poco, justo al lado, pegado a la iglesia, tenemos El Bastión de Los Pescadores, añadido como complemento a la Iglesia hace apenas 120 años. Su estilo neorománico, muestra poca sintonía con el estilo gótico de la iglesia. Pero a menudo estas dispares creaciones de locos arquitectos hacen que el lugar sea uno de los preferidos por los turistas.
Las vistas, cómo no, son espectaculares, mires al río o al monumento desde abajo.
Pero dejémonos tanta visita cultural, pudiendo provocar un colapso mental y una pájara de viajero, tan típica como extraña.
Vayamos a echar unas cervezas a uno de los lugares más extraños que jamás haya pisado como alma nocturna que fui durante muchos años.
Quien haya ido a Budapest y no sepa de Romkocsma, debe probar de encontrarlo en su próximo viaje. La cuestión es que tratándose del viejo barrio judío, después de un abandono total debido a la segunda guerra mundial, lejos de reformarlos, se empezó a divagar con extrañas ideas de abrir pubs en los edificios más ruinosos de todos. El concepto de “pub en ruinas”” ha llegado tan hondo y ha calado tanto en la juventud, que actualmente, encontraremos decenas de lugares, en plena decadencia sirviendo copas con buena música y mejor compañía.
Sinceramente, entrar al principal de todos, ha sido como viajar a un submundo de locos, donde la censura no existía. Donde los conceptos, innovaciones de arte callejero, eran obras maestras de los más atrevidos. Algunas habitaciones con apenas un par de mesas, eran acompañadas por una bañera centenaria. Otras, sencillamente vestían paredes hechas trizas, colgando de los techos, artilugios de todo tipo.
Una buena forma de acabar el día y más la noche. Con una buena cerveza y deseando que la nueva jornada de mañana me regale buen tiempo y si puede… más sorpresas.