Hoy hemos dejado Yabelo. Sin color, sucia y deprimente, se pone como siempre a la altura del resto de pequeñas poblaciones que pasan con mucha pena y poca gloria. Gracias al bendito paisaje que rodea estos lugares, podemos decir que Etiopía, en esa cuestión es uno de los países más bellos para recorrerlo por carretera.
Sin prisas, aunque sin pausas, hemos hecho un recorrido de 230 kilómetros en el que los caminos iban alternándose entre asfalto y dura tierra con socavones que parecía que iban a engullir nuestro vehículo entero.
La pobreza desde Yabelo hasta Dila, es extrema. Difícil de olvidar. Puede que el sur, con sus tribus viviendo en chozas, acabemos aceptando que son sus costumbres y de alguna manera te acostumbres y asimiles que esa gente vive de lo que la naturaleza les ofrece. Pero yendo al norte, hacia Awasa, la cosa se torna de un color más negro, asumiendo que no hay de donde sacar y que apenas en doscientos kilómetros hemos visto coches, tiendas o edificios. Tan solo durante nuestra travesía, hemos ido cruzándonos con casas de adobe, sin puertas, donde se podía ver la entrada a una profunda oscuridad, albergando familias enteras cuando la noche engulle a Etiopía.
Sin luz, sin nada con lo que entretenerse en sus hogares, el país se vive en la calle, en los pueblos, en los senderos donde parece no haber nadie, en sus mercados atestados de gente que parece no llevar un rumbo fijo, en los campos, en los desiertos, en las frondosas montañas que jamás acabas de atravesar. Etiopía se vive y se siente mientras vas tragando kilómetros por sus caminos.
Haciendo parada en Dila, hemos cogido un desvío, saliéndonos de la chistosa carretera general, llamada inter africana, que supuestamente en un futuro unirá a todo el continente desde Egipto a Suráfrica. Dudo mucho que se lleve a cabo aunque mucho empeño pongan. El precioso sendero que sube por las montañas hacía las regiones del café, ha sido fabulosa. La gente parecía haber cambiado de país, y en vez de pedir, sonreía. Era otro mundo lleno de felicidad y fertilidad, en unas tierras afortunadas por su altitud y su benévolo clima para la plantación de tan valorado producto. Las sendas, que se encontraban en muy mal estado, eran tapadas por densos follajes, alternándose con enormes y coloridos árboles de toda clase. Los rayos del sol, luchando por llegar al suelo, producían hermosas cortinas de luz, acompasando la armonía ya impuesta por el lugar.
Vuelta a la realidad y después de estar disfrutando de las tierras cafeteras, la carretera que nos ha llevado a Awassa, volvía a ensuciarse, a desmelenarse entre densas nubes de polvo sucio, entre reumáticos vehículos tosiendo. Pobres gentes. Deben tener los pulmones colapsados. No hay manera de vivir en esas condiciones.
Awasa, es una ciudad, por qué no decirlo, grande, ordenada y limpia. Su contrastada diferencia con el resto que hemos ido encontrando, ponen incluso los baremos más bajos y comparándola resulta bonita.
Su principal atracción es el lago que recibe su mismo nombre. Es el más pequeño del Valle del Rift, pero de una belleza serena y silenciosa. Sus atardeceres son majestuosos y cuando el sol anda casi tras las montañas, tan débil que apenas emite luz, el cielo acaba fundiéndose con el color de sus aguas. Se pueden avistar hipopótamos y los monos abundan, estando acostumbrados a la presencia humana, convirtiéndoles en descarados gamberros que lo quieren robar todo. Pese a su tamaño, debido a su entorno, está considerado como el más bonito de todos los lagos del gran valle. Nuestra estancia ha sido breve, pero damos fe de ello, con una mirada a sus tranquilas orillas y ese misterio que siempre guardan las profundas aguas africanas.
Mañana partimos hacia las montañas de Bale. En ellas estaremos dos noches e intentaremos divisar a la fauna que habita en sus bosques. Puede que consigamos ver al lobo de Siemen, único en el mundo o puede que veamos otros animales que ni contamos con verlos. Todo se andará. En Etiopía, puede pasar de todo. Un día normal como el de hoy, ofrece continuas sorpresas.
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En el camino:
A falta de lavaderos para vehículos motorizados, los riachuelos siempre son válidos para esa tarea.
La vida en Etiopía, se vive en la calle. Sus mercados repletos de vida, son impactantes para viajeros principiantes
Los caminos llenos de etnias hacen a menudo olvidar sus nombres. Existe tanta variedad cultural, que se hace difícil seguir al pie de la letra sus nombres, jerarquías y territorios
Las tierras del café, hacen dudar si andamos metidos aún en Etiopía. Ricas, fértiles y con gente simpática, son una alternativa al camino desde Yabelo a Awasa. Hay que estar muy atento para coger el desvío. Un guía-conductor es la mejor opción
Típico paisaje Etíope de las tierras centrales
De una belleza silenciosa, el Lago Awasa siendo el más pequeño es el más bello del Valle del Rift