Última Jornada después de haber recorrido la capital de la isla. La conclusión la dejo para otro artículo, pero es tan positiva que me quedaré corto, siendo desde hace unos años bastante escéptico antes de pisar nuevas tierras. A medida que el tiempo avanza y tus experiencias se multiplican, cada vez cuesta más que un lugar te sorprenda o que te deje fuera de línea, desconectado de tu vida cotidiana, para saborear mejor los momentos ajenos a la rutina diaria. Recordemos que esta rutina, acaba convirtiéndose en el mayor enemigo de los auténticos viajeros, disconformes y sedientos por saltar de sus hogares, para buscar nuevos retos que los hagan sentir vivos. El viajar, digan lo que digan, acaba siendo una droga psicológica enriquecedora para la mente y el alma, pero al final acaba pasando factura, siendo el cuento de nunca acabar o el hambre que nunca se acaba saciando.
Con un vuelo nocturno, teníamos toda la jornada por delante. Algunas cosas importantes las fui dejando de lado, tildándolas de secundarias, por si el tiempo no me apremiaba y cuando se trata de sacrificar visitas, a menudo la suerte o el instinto es el que te hace decidir qué dejar y qué ver.
Hoy, gracias a mi tozudez, he acabado visitando la Vieja Taipéi. Antes de todo, debíamos ultimar algunas compras en las zonas más comerciales y turísticas. Nuestro regreso a la zona del templo de Longshan nos ha brindado la oportunidad de comprar buena artesanía a buen precio. No soy de los que suele comprar nada durante mis viajes, pero el arte chino, es tan exquisito, tan cuidado y trabajado, que resulta muy tentador llevarte más de un recuerdo.
Como la primera vez, una visita al templo, nos ha dejado bien claro, que tanto de día como de noche, es el más visitado de la ciudad. Cientos de personas portando inciensos hacían sus plegarias. Decenas de piezas de bambú, se estrellaban contra el suelo para obtener respuestas a las preguntas que por sus cabezas rondaban. La superstición en la cultura china, se puede ver perfectamente en este sistema utilizado en los templos. A la pregunta que te ronda por la cabeza, el azar juega un papel muy importante. Dependiendo de la posición de estas piezas en forma de luna, la respuesta es afirmativa o negativa. También existe el puede ser… Pero si no estás conforme, puedes formular la pregunta de otra manera aunque signifique lo mismo. De este modo, casi todos marchan contentos a sus casas porque han obtenido un hilo de esperanza en sus dudas sobre la economía, la salud o los problemas familiares. Aquí en Taiwán, quien no se consuela es porque no quiere.
Una vez comprados los regalos, hemos dirigido los pasos a la Vieja Taipéi. La combinación para llegar en metro es algo complicada, porque hay que caminar bastante hasta llegar al Yongle Market. Si nos bajamos Shuanglian, debemos coger y dirigirnos dirección al río. Puede que en media hora nos plantemos en uno de los lugares que no podéis perderos. Este mercado es gigantesco y no es el típico complejo donde todo anda recogido, sino que son varias manzanas llenas de vida, llenas de tiendas con dulces, comida y artículos asiáticos. El turismo escasea y los edificios, parecen sacados de otras épocas pasadas, donde algún día vistieron colores inmaculados, pero que ahora, dan ese aire decrépito de la dejadez, sin perder ni un ápice de encanto. No sé el motivo, pero me recordó a una Singapur antigua sin baños de tecnologías y mega-construcciones. Creo que una vuelta por esta vasta zona es de carácter obligatorio. Su templo dorado, famoso pero minúsculo, es frecuentado por cientos de personas, quedándose en la misma calle para dar sus ofrendas y poner sus inciensos en las gigantescas chimeneas que no paran de echar humo durante todo el día.
Dejad la guía en vuestra mochila e id observando todas las calles. Es un buen lugar para comer, comprar medicinas chinas y aperitivos tan extraños como impronunciables.
Si continuamos hacia el río, nos daremos con un paseo marítimo muy bien construido para el paseo de bicicletas. Podréis alquilarlas y darle a los pedales viendo como el ancho río parte la ciudad en dos. La postal está asegurada, más aún si vais al atardecer. En este largo paseo, el ambiente no puede ser más familiar, con padres e hijos jugando, fotógrafos haciendo de las suyas (mira que son aficionados a la fotografía estos taiwaneses), canchas de baloncesto y pistas de tenis.
Medio perdidos, buscando una estación de metro, hemos chocado de frente con el Mercado de Ningxia. Como otros tantos, rebosaba de vida. Dedicado a la comida en su calle peatonal, los vendedores empezaban a calentar motores y aceites. Tocaba comer algo más y dejarnos ese sabor tan especial que te dejan las sabrosas “Goyzas”. La sensación que te dejan las costumbres taiwanesas, son parecidas a las del resto de Asia en lo que a comer se refiere. Parecen no existir unos horarios definidos, porque a todas horas están saboreando alguna cosa. Lo que si prestamos un poco de atención, nos daremos cuenta que son grandes amantes de la repostería. En mi país, pastelerías o panaderías, pasan más bien desapercibidas. Allí, se aglomeran con bandejas repletas de croissants y sus variantes más extrañas que sabrosas.
Así sin más, el día se nos ha acabado, teniendo que regresar a la pensión para recoger las mochilas y poner rumbo al aeropuerto. La zona de la estación central, ha sido nuestro último punto del viaje. Los centros comerciales subterráneos nos la han jugado bastante, haciendo casi imposible encontrar una digna salida en la dirección correcta. Pero aquí las incidencias de este tipo se acaban convirtiendo en algo tan divertido como sorprendente.
Dejamos Taiwán con la total certeza que hemos dado en el clavo recorriendo la friolera de casi once mil kilómetros en línea recta. Mejor no contar con las escalas y los kilómetros usados para los desvíos. Haciendo cálculos, desde Taiwán a Barcelona, hemos volado 17 horas, sin contar el tiempo de escala ¿Merece la pena? Después de leer todos mis artículos…¿Aún te atreves a preguntármelo?
Os animo a descubrir Taiwán. Tierra poco conocida por turistas, mochileros y viajeros independientes y que llega a ofrecer tanto en tan poco espacio, que lo que suele ser difícil en Asia, aquí se transforma en fácil. Taiwán te espera con los brazos abiertos, con su gente amable y hospitalaria, con sus mágicos templos, sus calles iluminadas en las noches donde el flujo de gente es continuo, donde la tecnología no ha fulminado el carácter de sus ciudadanos y que una buena comida, es posible conseguirla en el más cutre puesto callejero a muy buen precio.
Yo me voy, pero tú si llegas, sólo me resta decir. Bienvenido a Taiwán. Disfrútala.
Descubre qué hacer y qué ver a Taiwán
Más imágenes de la última jornada:
Sencillamente encantadora la Vieja Taipéi. Sus tiendas con productos de dudosa procedencia, hacen que pasear entre sus calles, se convierta en una experiencia con mucho encanto
Mercado nocturno. Uno de tantos, aunque cada vez que te chocas con uno, acabas enganchándote a sus olores irresistibles
¿Cómo irnos sin pasar a despedirnos de el más venerado y famoso templo de la ciudad?
¿Nos entienden? Eso parece. Sólo lo parece. La comunicación es el tema más complicado de llevar en el país. Poco conocedores del inglés, el sistema por señas, es tan distinto al nuestro que la mímica nunca acaba de funcionar
Tan infantiles en algunos aspectos, como vanguardistas en todo a lo que la tecnología se refiere. La fiebre en Japón por estas máquinas de atrapa-regalos es enfermiza. En Taiwán, están menos arraigadas en la cultura juvenil, pero siempre es curioso pasarse por estos lugares.
Seguimos viajando. Seguimos soñando. Ven con nosotros a descubrir Taiwán.